lunes, 14 de diciembre de 2009

Encuentro con mi Hada Madrina

El sol peinaba delicadamente al hermoso paisaje que bailaba, tranquilo, al ritmo de una brisa loca en aquel ocaso perezoso de septiembre. Yo estaba sentado en el mismo banco de plaza de todos mis cuentos, mirando como las ramas de los árboles de jacarandá se sacudían tímidamente, y sus flores, que parecían pintadas, goteaban pétalos celestes por todo el suelo. El silencio, mientras tanto, me recitaba poemas de Girondo al oído, y a esa altura, cuando ya había perdido la cuenta de la cantidad de cigarros que había fumado, sacaba el último, abollando el paquete vacío con un dejo de nostalgia como quien recuerda a un ser querido que ya no está; lo encendía, y me divertía observando al humo formar dibujos y figuras raras en el aire.
De repente, y así, de la nada, aparecieron dos hombres parados frente a mí. Eran muy extraños, altos, vestidos muy elegantes, de traje, con galera, bastón y zapatos de charol lustrados a pulmón. En sus rostros se dibujaban unos bigotes perfectos, recortados a ojo de cirujano; despedían un aroma rancio, como a naftalina; y eran tan parecidos que hubiera jurado que eran hermanos. Al principio, los quedé mirando sorprendido, como lo haría cualquiera en mi lugar. Eran rarísimos, excéntricos. Obligado a buscar una explicación ante semejante situación disparatada, pasaron por mi cabeza varias hipótesis, desde creer que eran un par de locos que se habían escapado del neuropsiquiátrico de la esquina, hasta converserme de la existencia de extraterrestres. Estuvieron un rato parados allí, quietos, inmóviles, mientras yo no dejaba de pitar ansioso ese último cigarro.
De golpe, cuando me acomodé como para irme, porque ya habían logrado ponerme muy incómodo, uno de ellos empezó a hablar en un idioma extraño, verborrágico, desequilibrado, fuera de sí. No pude contenerme y, sin poder evitar sentir miedo, salí corriendo, asustado. Moví mis piernas lo más rápido que pude, a toda velocidad y, cuando me volteé para ver si se habían marchado, los vi dirigirse hacia mí corriendo muy rápido, como si se tratara de atletas profesionales. Estaba desesperado, había entrado en pánico. No podía dejar de preguntarme “¿Qué quieren estos tipos?”, no entendía absolutamente nada de lo que estaba sucediendo.
Guiado solo por mis débiles instintos humanos y preso de la adrenalina que rebalsaba mis venas, con el corazón a punto de reventar en mi pecho, y con una ola de sudor que me empapaba la frente; me metí en una iglesia. Ese templo cristiano era enorme, y estaba totalmente deshabitado; se notaba a simple vista que durante años nadie entró allí. Me escondí bajo el altar, desesperado, en posición fetal, cerrando mis ojos. Los escuché entrar, recorrer el lugar con impaciencia, y después los oí marcharse, coléricos, a los gritos. Mi cuerpo no paraba de temblar.
Esperé un rato allí, y cuado logré tranquilizarme, me reincorporé de a poco. Mi agitación no había desaparecido completamente cuando miré mi mano derecha y observé que todavía tenía el cigarrillo, aquel que prendí en la plaza, entre mis dedos. Seguía encendido y, como uno de mis pasatiempos favoritos era deleitarme con las figuras que el humo dibujaba en el aire, me lo quedé mirando. Así, suavemente y de una manera muy delicada, el humo dibujó el contorno de un cuerpo. De a poco reparó en detalles y, cuando menos me lo esperé, apareció ante mí una mujer que me miraba y me sonreía. Su aspecto era amigable, transmitía paz, armonía y calma. Era de estatura mediana, portaba una cabellera rubia, y era la dueña de los ojos más hermosos que vi en mi vida, se podía observar en ellos la inmensidad del océano, podía sentir un suave viento de playa golpear mis mejillas en ese momento. Estaba vestida con ropa de india, con plumas de todos colores, aros grandes, collares, pulseras y demás accesorios metálicos.

-No tengas miedo…- me dijo con un tono de voz muy dulce.- No me conocés, pero te vengo acompañando en silencio desde miles de vidas anteriores.

Yo, para ese momento, ya dudaba de mis facultades mentales. Enseguida, como primera reacción frente al fenómeno, tiré el cigarro al piso y lo apagué con violencia, jurando no volver a fumar más ese tipo de porquerías. Sin embargo ella no desapareció. Muy educadamente extendió uno de sus brazos, me ayudo a levantarme, me llevó a uno de los góticos bancos de madera que decoraban la sala principal de esa pobre iglesia venida a menos, y se sentó a mi lado.
Me quedé en silencio durante un rato, mirando el piso, haciendo un repaso mental de todo lo que había sucedido. Ella tampoco hablaba, solo estaba ahí, mirándome, esperando que por fin me atreviera a pedir algún tipo de esclarecimiento.
Ya era de noche para ese entonces, el antiguo edificio de diseño barroco estaba prácticamente a oscuras y solo unos pequeños haces de luz, aparentemente de la luna brillando en el cielo allí afuera, entraban por las viejas y grandes ventanas de vitraux, dibujando los bordes de las cosas allí; que apenas nos permitían ver.

-¿Qué está pasando?- le pregunté después de casi media hora de mutismo, volteando mi mirada hacia ella, exigiéndole una explicación ante la sucesión de semejantes episodios absurdos.
-No es sencilla la cuestión…- respondió, mientras yo la miraba desafiante.- deja que te cuente la historia y comprenderás todo enseguida.

Yo no emití epíteto alguno, solo esperaba alguna palabra de su parte que me permitiera comprender que fue lo que sucedió.

-Las almas sensibles han muerto casi todas en el siglo XX – comenzó diciéndome enseguida- Una legión de hombres, compuesta por reyes exiliados de sus tierras y despojados de sus tronos, nacida durante la Revolución Francesa en algún rincón de Europa, se propuso eliminarlas como un modo de dominación humana, con el fin de mecanizar el mundo y hacer más fácil su retorno a una soberanía eterna. Así, durante el transito de la historia diseñaron diferentes estrategias y planes que llevaron a cabo con éxito, conocidos como los grandes sucesos e hitos históricos, donde en realidad, por detrás de diferentes cortinas ideológicas, estaba el plan de eliminar la almas sensibles. Prácticamente y de manera definitiva cumplieron sus objetivos, pero hay algo que no tuvieron en cuenta en su momento, y fue el hecho de que esos hombres de los que ellos nada querían saber iban a seguir naciendo. Entonces, su fin en este momento es ir tras esos nobles espíritus antes de que florezcan en su máximo esplendor. Sin embargo, estos nuevos legionarios no son tan prudentes como aquellos que dieron origen a este perverso movimiento, ya no les importa absolutamente nada, no tienen reparos ni planificación en su accionar, directamente van e invisten a su blanco de la manera más concreta posible. Eso es lo que te pasó a vos hoy.
-Pero… quién sos vos?- la cuestioné enseguida, confundido por todo el disparate que me narraba sin pelos en la lengua.
-Yo soy nada más ni nada menos que tu Hada Madrina.
- … mi Hada Madrina?
-Si…, y vos sos uno de esos espíritus que ellos buscan eliminar antes de que devengan en verdaderas almas sensibles.
-¿Y como saben que yo soy uno de esos hombres? ¿Cómo pueden comprobarlo?
-Las almas sensibles se sienten a kilómetros de distancia, son fácilmente perceptibles para aquellos que están entrenados en su búsqueda.

En ese momento me paré enojado, totalmente escéptico frente a lo que me decía.

-¿Cómo puede ser esto verdad? Demostrameló. Si es cierto todo esto que me decís, dame alguna prueba.- la desafié.
-¿No te alcanzó, acaso, con la persecución de esos dos locos hace un rato?- respondió irónica.

Yo la quedé mirando, esperando algo más. No me conformaban sus ridículas explicaciones, quería algo contundente, algo que me permitiera creerle. Fue así como, colmando su paciencia con mi incredulidad, se puso de pie, me tomó de la mano y me llevó con ella. Se dirigió hacia un pasillo que se escondía detrás de unas cortinas destruidas por el tiempo, tironeándome, obligándome a avanzar a paso rápido y ligero. Llegamos enseguida al pie de una escalera que se levantaba imponente y monumental, en forma de caracol. Subimos, subimos y subimos toda esa inmensa montaña de escalones, y llegamos así al sitio más alto de la iglesia, al campanario. Una vez allí, se asomó por la pequeña baranda de caño que hacia de contención y miró hacia abajo.

- … es alto, eh!- dijo observando la calle.
- … y?
- Vení, vení… mirá!- me llamó.

Y cuando me acerqué, me tomó de los hombros y me lanzó del otro lado de la baranda. Estábamos a una altura de aproximadamente 15 pisos, y yo sujetado de ese caño oxidado, colgando en el aire, sin sustento.

-¿Hasta cuando podrás soportar la culpa de saber que habiendo podido evitarlo, no hiciste nada? – me susurró al oído, y me soltó las manos.

Caí al vacío, así, desprotegido, sin trucos ni arneses. Sentía el aire pegando en mi cara, en mi cuerpo, como haciéndome las últimas caricias antes de morir. Veía el pavimento acercarse, cerraba los ojos, esperaba el choque, el impacto. Y sin poder entender absolutamente de que manera pasó, me desperté de golpe sobre el mismo banco de plaza de todos mis cuentos, desde donde jamás me había movido. Me había quedado dormido allí, mientras pitaba aquel cigarrillo nostalgioso. Sin embargo, y a pesar de que sin dudas se había tratado de un sueño, me quedó esa extraña sensación de que algo de todo eso que pasó, sucedió de verdad.
Me puse de pie, y entrada la noche a esas horas, partí rumbo a casa, a paso lento y despreocupado. No tenía abrigo y el clima se había vuelto más frío como consecuencia de la ausencia del sol. Metí, entonces, mis manos en los bolsillos y, creer o reventar, encontré una pluma roja allí, una de esas que llevaba la misteriosa mujer del sueño ¡Que astuta resultó ser! Me lo había demostrado. No tarde en salir corriendo hacia la iglesia.

(Dedicado a mi Hada Madrina. Todos tenemos una por ahí!)

jueves, 10 de diciembre de 2009

Fragmento de pensamiento florecido una mañana de estudio cohersivo...

...pétalos de rosa cayendo, dibujan tu cuerpo y el mío sobre un aroma de jazmines frescos que nos hace de colchón. Allí, nos fusionamos, nos olemos, nos respiramos el uno al otro, nos sentimos. Las balijas ya están hechas, descansado al costado de una puerta entreabierta y chismosa. Creímos que jamás nos volveríamos a ver, estábamos desesperados... Oh!!! Loco y juguetón resultó ser el destino!!!... y pensar que nunca sospechamos lo que nos tenía preparado...

jueves, 3 de diciembre de 2009

La victoria del as de basto

Si el mundo fuera un poco más
y esta noche fuera eterna,
abriría todas las flores
para que sintieras su olor.
Pero si el amor va un poco más allá
y descubrimos que las estrellas son falsas,
que se apagan con el apagón que ofrece la ciudad
en rebelión de los que cobran más,
sería una desilusión para los dos.
¿Qué pasaría si el sol se casara con la luna?
Un eclipse eterno nos dormiría.
Un pez volador huiría con su mariposa en libertad,
y el AS de basto vencería al de espada
ganando un vale cuatro hacia la eternidad.
Si nuestras sombras revelaran toda nuestra intimidad,
y se marcharan juntas hacia otro lugar,
y el Amazonas se talara entero
convirtiéndose en un desierto agonizante,
gritaría “Oíd, mortales…” a la población mundial,
dejándola sorda, para que entienda
que lo que dice el rey no es más que:
“mis estrellas y mis guerras ganadas me hacen grande
y, en esta selva, el león soy.”
Si el Perito Moreno se cansara
y se mudara a Hawai,
o las Islas Malvinas fueran un Rolling Stone,
Madona sólo sería Cleopatra en camisón,
sin oro, sin mansión.
Bajo un árbol genealógico
me di cuenta que todo cambió,
que estoy en la nueva era,
en la de la comunicación
en la de la globalización,
que el mundo no es un mundo,
es un mercado de mercados,
donde todos somos productos,
y lo peor de todo,
es que estamos en la góndola de la ofertas.

(Canción escrita para la banda en la que mi hermana tocaba el bajo, en su temprana juventud)

domingo, 8 de noviembre de 2009

Encefalogato

Llegó desesperada. Era de noche, yo aguardaba en mi consultorio a ese paciente que siempre me pedía el último turno de los miércoles y, como de costumbre, nunca venía. Hacía lo mismo todas las semanas y eso me empezaba a poner intranquilo. Fue justo cuando estaba a punto de fumarme ese último armado, antes de partir hacia mi casa, que ella golpeó la puerta de una manera un tanto violenta. Apena la escuché, me paré instantáneamente y, a paso largo y ligero, me dirigí hacia la entrada. Creyendo que se trataba de aquel muchacho que me dejaba plantado religiosamente, había formulado algunas interpretaciones sobre su problema de asistencia que seguramente tornarían inestable a su fantasma, desequilibrándolo. Pero no, allí estaba ella, parada detrás de ese umbral, mirándome.
Era realmente escalofriante, parecía que venía de otro tiempo. Vestía una especie de manta toda rasgada, su cabello totalmente despeinado, y un aspecto demacrado que dejaba traslucir su falta de aseo e higiene.

-¿Sí…? ¿Qué necesita?- dije sin saber que hacer frente a semejante personaje.
-Ayuda… necesito ayuda, doctor.- me dijo apenas, con un hilo de voz.

Tengo que admitir que tuve miedo. La mujer era bastante joven, pero no parecía indefensa e inofensiva. Y aunque su imagen transmitía mucha agresión a simple vista, sin saber porqué razón, la hice pasar. Se sentó en uno de los sillones, en mi escritorio, y yo del otro lado, frente a ella, me acomodé en mi lugar.

-Bueno, dígame.- me atreví a sugerirle. Ella solo me miraba con esos preciosos ojos perdidos en otra dimensión.

No me decía nada. Permaneció en silencio un rato allí, inmóvil, hasta que, de golpe, gritó:

-Miauuuuu…!!!- apoyando sus manos todas manchadas con pintura seca sobre la superficie de mi escritorio. Yo no podía disimular más mis nervios, tocaba mi barba, cruzaba mis piernas, me acomodaba los anteojos.- me estoy volviendo loca, doctor.- siguió diciéndome, mientras me miraba fijo.-… veo gatos por todas partes, por todos lados, me persiguen, me espían, me roban. Ya estoy cansada de esto… por favor, haga algo!- me suplicó.

Estaba totalmente desquiciada. Realmente me costaba mucho mantenerme objetivo, ya era tarde y esta muchachita necesitaba ser tranquilizada. Yo no estaba en condiciones de poder hacer absolutamente nada. Tenía que irse y volver en otro momento, de otra manera.

-Lo lamente mucho, señorita.- le contesté poniéndome de pie e invitándola a que se fuera.- ya es muy tarde, yo no puedo ayudarla ahora, me estaba yendo a mi casa. Le voy a pedir que se fuera y que, por favor, venga en otro momento… yo ahora le doy un turno para otro día…
-No, doctor…- me rogó mientras maullaba de manera desenfrenada.-… ayúdeme. Yo sé que usted puede hacerlo!
-Pero…- intenté insistir.
-Yo soy artista plástica…- me interrumpió.- Durante muchísimo tiempo fui reconocida en ese ambiente por mis obras, pero desde hace algunos años toda mi creatividad se vio reducida a la figura de los gatos.- empezó a contarme impaciente, aun en contra de mi voluntad de escucharla. Tuve que sentarme, iba a esperar que sola decidiera irse. Era escalofriante oírla, ya que mientras hablaba, entre frase y frase, se le colaba algún que otro “miau”.- Esculturas, cuadros y dibujos con forma de gatos son las únicas cosas que puedo hacer…, y que de hecho hago casi compulsivamente… no puedo parar.

No pude evitar sentirme interesado por lo que me contaba. Padecía de ideas obsesivas y compulsiones que dominaban su vida. Tenía a los gatos metidos en la cabeza, y no podía sacarlos allí. Evidentemente esto le traía muchos problemas, fundamentalmente en relación a su desempeño artístico. Así que seguí:

-¿Recuerda exactamente el momento en que esto comenzó a sucederle?- le pregunté.
-Si!- me dijo.- fue una tarde cuando…- y en ese momento se interrumpió su discurso. Se tomó la cabeza con las mugrientas manos mientras su cara gesticulaba un desmesurado dolor.

Me había quedado callado una vez más. Sólo la observaba, y ella se retorcía sobre el sillón de cuero mientras maullaba como una gata rabiosa. De repente se paró y, de una manera descontrolada, se abalanzó sobre mi inmensa biblioteca y comenzó a golpearse la cabeza contra los estantes. Intenté sujetarla pero no pude, estaba frenética. Inmediatamente se tiró al suelo, comenzó a revolcarse, y la sangre le brotaba a borbotones de los cortes y lastimaduras que se había producido. Odiosa, fuera de sí, se presionaba el cráneo con la punta de los dedos mientras alternaba con golpes en el piso y gritaba. Su desquicia iba creciendo, se ponía cada vez más violenta, hasta que por fin terminó su crisis. Llegando a un punto máximo de tensión, después vino el silencio.
Dio, con su cabeza, un golpe seco, fuerte, potente, contra el parquet, y la tapa de su cráneo se desprendió, rodando hasta donde yo estaba, chocando contra uno de mis zapatos. Ya, a esa altura, no entendía nada de lo que había sucedido. Estaba muerta, ahí, en mi consultorio, donde trabajaba hacía años. Me acerqué al cuerpo con un poco de miedo, y asco por sobre todas las cosas. Algo se movía, pero no sabía qué era. Para sorpresa mía, despacio, lentamente y un poco asfixiados, salieron de su cavidad encefálica, de su caja craneal, y cubiertos con un poco de materia gris, uno pequeños gatos color negro. Avanzaron apenas y se quedaron quietos acostado sobre el suelo, mientras maullaban tiernamente.
Los tomé en mis manos. Estaban hambrientos, así que fui a la cocina y busqué un poco de leche. Después de un rato de pensar y pensar, lo legré. Había comprendido todo, por fin. Freud habló mucho de ello. La terapia fue corta, pero eficaz: ella logró sacarse los gatos de la cabeza.

viernes, 6 de noviembre de 2009

A kilómetros de distancia

Morir lentamente en tus brazos
bailando abrazados aquella canción.
Quemándome se marca en mi pecho,
a fuego, el contorno de mi corazón.

Quiero regalarte mis labios
en sábanas sucias, con olor a piel.
Encontrarte a mi lado dormida,
como esta poesía sobre este papel.

Pon tu boca sobre la mía
y deja que mi lengua te hable de amor.
Contenta, la rosa que engalana
viste de fiesta, con su mejor color.

Y las vírgenes se suicidan.
Celosas, lloran, no lo pueden creer.
Tristes, no entienden como es posible
tanta belleza en una sola mujer.

A kilómetros de distancia,
escribo, mis letras solo hablan de vos.
Y espero con ansias el momento
en que volvamos a estar juntos los dos.

viernes, 9 de octubre de 2009

Crónica de un Espejo

Yacía acostado boca abajo sobre su cama. Inmóvil. Quieto. Su triste mirada, esa que mostraba siempre dibujada en su rostro, no la podía ver desde donde estaba ubicado. Me había dejado en uno de los rincones, frente a su ventana. El silencio cortaba el aire ese atardecer, y yo, en silencio, lo contemplaba. Era un objeto más que se confundía con otros tantos dentro de ese desorden, y nadie venía ya a visitarlo. Era evidente, él hacía mucho tiempo que no estaba en su lugar, estaba corrido, fuera de eje, y la inercia de ese movimiento había generado una onda expansiva a su alrededor, torciéndolo todo.
Durante años habló frente a mí, me contó cosas que con el sólo hecho de reproducirlas me conducirían hacia la más severa locura. Se miró en mí, buscó hasta el agotamiento eso que no tenía, que creía tener. Gesticulaba, abría su boca, mostraba sus dientes, se acomodaba el cabello, se ponía de perfil, observaba su nariz, sus ojos, su frente, su cuello y, cuando al fin conseguía convencerse de que en esa imagen no estaba yo sino él, cuando lograba alienarse en eso que le devolvía, salía a la calle a mentir sin miedos, a simular lo feliz y lo afortunado que era.
¿Cómo no me di cuenta? Me lo había dicho tantas veces ¿No lo había escuchado o no lo había querido escuchar? No lo sé, pero lo hizo, y sin que nadie pudiera estar ahí para impedirlo. Se las había ingeniado tan bien. Sin dudas, era la obra de arte más fabulosa que había visto, era algo sublime! Luchó toda su miserable vida para dejar de ser un artista mediocre y, vaya a saber uno si con intención o sin ella, quizás sin proponérselo, pasó a la inmortalidad.
Tantas veces le había devuelto su escalofriante imagen, había puesto en sus ojos algo parecido a lo que los demás podían llegar a ver y, a pesar de ello, nunca me destruyó. Tal vez por él tabú de los 7 años de mala suerte, no lo sé, pero me merecía ser desparramado por toda la pieza, había sido muy malo con él. Me burlé, me reí y, produciendo un acto altruista de sinceridad extrema, tengo que admitir que lo disfruté. Nunca esperé nada bueno, nada fantástico ni maravilloso que pudiera venir de su creación. Verlo sufrir frente a mí era mi diversión, mi trabajo, mi función, pero sabía, ahora si, que no merecía conservar mi integridad. Me había ganado, había demostrado de todo lo que era capaz en solo unos segundos.
Fue la muerte más hermosa que alguien pudo haber escenificado. Se había volado la cabeza de una manera tan perfecta, tan original, con una pasión tan extraordinaria y un dejo de placer en sus imprecisos movimientos de agonía, que ese sentimiento de aberración que produce el suicidio se hacía reversible, convirtiéndose en belleza pura, en una sensación casi orgásmica, haciendo que nada más importe.
Me dejó boquiabierto. Después de tamaño espectáculo, para terminar, dejó una pintura tiesa, pulcra e impoluta que, a medida que pasaban los días, entre la podredumbre de su inmundo cadáver y el aroma putrefacto de su descomposición, generaba una escalofriante verdad, algo casi de orden divino, como una especie de revelación de algo que se mantuvo oculto hasta ese momento. Me hizo dudar, entonces. Él, muerto sobre su cama, reflejaba esa imagen tan perfecta de la desquicia humana, mostraba sin distorsión esa falta de sustantividad, esa locura arrebatadora que produce la descarga sobre sí mismo de una ira tan profunda y radical acumulada; que me sentí insultado. Él era el verdadero espejo, aquel que logró devolver esa imagen que nadie quiere ver: había reflejado a la mismísima muerte en vida.
Se había coronado. Lo logró, y de la manera más absoluta. Tuvo que resignar su vida para conseguirlo, pero al fin y al cabo todos tenemos que renunciar a algo para obtener lo que deseamos. Yo sólo era un espejo en ese entonces, y debí abandonar esa manera vulgar de reflejar imágenes, tuve que dejar de mostrar banalidades, para sentarme a escribir, para poder contar una historia, y así mostrar esas cosas que un simple espejo no puede reflejar.

domingo, 13 de septiembre de 2009

El Triunfo del Fracaso

Ya los había escuchado. No ser y ser nada al mismo tiempo angustia, duele. Nos creemos la mentira de la felicidad y así andamos por el mundo, chocándonos entre sí, como autómatas suicidas buscando sueños en placares ajenos. Todos los viernes, exactamente a la misma hora, comenzaban su reunión semanal.
Estaban debajo de un árbol, sentados en ronda. Yo los miraba desde lejos. Que estúpido me siento a veces, deshojando margaritas en invierno mientras los demás ya se cansaron de esperar, cuando nadie confía en el tiempo, cuando ya no se espera nada del próximo amanecer. Sus intenciones, por supuesto, nunca fueron buenas.
¿Será que realmente estoy equivocado? ¿Tengo que abandonar mi convencimiento a esta altura de la frustración? Estaban haciendo eso que me pone loco, por eso no me acerqué. Pero, juntando los pocos trocitos de sinceridad que me quedan en el bolsillo: ¡Que tentación sentí en ese momento! Es tan paradójico que las cosas que realmente nos hacen bien, y nos ponen felices, sean tan dañinas al mismo tiempo ¡Que injusticia!
Enroscado en promesas no cumplidas e ilusiones utópicas, me había lanzado al vacío, al abandono en mi lado oscuro. Y allí me quedé, pretendiendo estar a salvo. Gran error. ¿De qué libertades me hablan, cuando siento los límites constantemente besándome la nuca? Ya no le creo nada a nadie.
Y así, convencido de saber de qué se trataba realmente la vida, me creí el mejor ¡Que tonto fui! Ellos ya estaban de pie, a la sombra, el frío se hacía intenso a esas horas del atardecer. Se pusieron sus sacos, sus galeras, tomaron sus bastones, y se marcharon a paso lento hacia el oeste, mientras el sol caía. La cómica silueta de sus cuerpos se recortaba frente al intenso reflejo del ocaso. Una vez más se habían salido con la suya. Quizá por su gran poder intimidante, tal vez por mi cobardía intimidada.
Me quedé allí un rato más y luego entré a mi pequeña cueva. La mentira había triunfado una vez más sobre la tierra. La noche bailaba a esas horas, mientras yo, acostado y apoyando mi cabeza sobre una enorme piedra, no podía dejar de pensar como pudo pasar una vez más lo mismo. Siempre metemos el pie en el mismo pozo. Es tan fácil confundir estupidez con rebeldía que, un poco desanimado y soportando los mismos autorreproches de todos los viernes, me puse a leer mis cuentos como una forma de castigo, mientras me preguntaba: “¿Hasta cuando podremos soportar la culpa de saber que pudiendo haberlo evitado, no hicimos nada?”.

sábado, 5 de septiembre de 2009

Nadie es realmente indispensable (... como comodines)

La voluntad de él en manos de ella, promesas de amor. Palabras susurradas al oído.
Un poeta se suicida en cada verso y renace en la mirada extasiada de su musa: dama que lo inspira, lo seduce y lo abandona; que lo ama y, por eso, lo hace sufrir.
Difícil de explicar, la amargura presiona su garganta y apenas lo deja respirar ¿Cómo se llama eso que se empieza a terminar antes de comenzar?
Es un silencio incómodo que se hace demasiado largo: pensando qué decir cuando no hay que decir nada. Y así quedan, esperándose el uno al otro, al mismo tiempo.
La confusión formuló preguntas, las contestó de inmediato y construyó una pared, ese muro de Berlín que, siendo ellos lo mismo, los convirtió en algo distinto. Aquella sombra alienante que parecía quedar en el olvido nunca dejó de hacerse presente y, poco a poco, ella fue quedando en la oscuridad eligiendo la sombra y el muro, eso que no quería y que tampoco podía dejar de querer: su pasado.
Relojes mareados, pitadas de puro goce y cartas de despedida que nunca fueron entregadas se acumularon, moldearon su cuerpo, lo marcaron. Ya no sonreía como antes. Era el momento de subirse a otro barco, de buscar otros puertos. Así fue que partió, sólo, movido por los vientos de un destino incierto, sin mapa, y convencido de algo: nadie es imprescindible en este mundo. Podemos estar en cualquier lado, podemos no estar, y sin embargo todo seguirá andando. Somos como comodines, ocupamos lugares que antes ocuparon otros, y algunos estarán ocupando los lugares que dejamos vacíos alguna vez.
En fin, nadie es realmente indispensable.

sábado, 8 de agosto de 2009

Un Lápiz y Un Papel En Blanco

Cuanto vértigo siente uno a veces, cuando se encuentra frente a un papel en blanco, por ejemplo. Es justamente el abismo, la nada. Un lugar donde hay pura ausencia. Un espacio vacío que, precisamente, se deja llenar. Es más, pide a gritos que alguien deposite algo en él. Algunos, dispuestos y convencidos, se la pasan regalando ideas, maravillas, ocurrencias, sueños, tristezas y quién sabe cuantas cosas más, en papeles deseosos, con sed de letras. Otros, intentando estafarlos, les brindan mentiras y engaños, llenándolos con falsas obras del alma, haciendo que el otoño llegue a las bibliotecas, secando las hojas de libros que han sido escritos por verdaderos ángeles, seres que han dejado trozos de su alma en páginas que al ser leídas acarician lo más profundo del ser, y alivian el existir.
El miedo se siente al comienzo, y eso es bueno. Es esa intriga, esa falta de saber la que crea la pequeña curiosidad que guía a los auténticos, aquellos que han sido elegidos, creadores de mundos mágicos y maravillosos. Semidioses que, al estilo de Prometeo, le robaron las palabras a algún Dios avaro y nos regalaron otros universos, otros lugares, repletos de aquello que carecemos: amor.
Es fantástico todo lo que uno puede hacer con solo un lápiz y una hoja en blanco. Se puede ser ingeniero, arquitecto, verdadero diseñador de sitios que solo pueden existir en esa dimensión, que solo existen en nosotros. Mundos que a través de las caricias que la punta del grafito hace en ese papel se hacen reales, permitiendo que cualquiera que lo desee y quiera ingresar en ellos, lo haga.

domingo, 26 de julio de 2009

Reflexión sobre las ATADURAS

Caí una vez más. Nuevamente me encontraba preso de una idea que bailaba en mi mente. No dejaba de seducirme, se acercaba, se alejaba, pero no desaparecía. Estaba ahí, nunca dejaba de hacerlo. Acariciaba mis dedos, mis letras. Jugaba, creaba pensamientos genuinos, se escondía en frases hechas, nunca me abandonaba. Me obligó así a sentarme y, de una vez por todas, sacarla a la luz, hacerla ser.
Todos estamos atados a algo, me dijo al oído aquella tarde. Amarrados a personas, objetos, pensamientos; vivimos y, así, morimos. Es una evidencia.
Sogas invisibles nos sujetan, y allí nos quedamos. Encadenamientos que nos demuestran todo el tiempo hasta que punto somos realmente libres, y hasta que punto estamos condenados a no poder atravesar cientos límites.
Atados a recuerdos, algunas personas se olvidan de vivir, se encierran en ese pasado, pretérito imperfecto, en situaciones que ya fueron y que ahora ya no son. No pueden hacer su presente, seguir escribiendo su historia. Es ese nudo el que los obligó a guardar el lápiz y les robó el futuro. Cierran sus ojos, no ven lo que los rodea. Están aferrados a objetos, elementos que los remontan a aquellas épocas. Fotos, cartas, amuletos, canciones. Sin dudas han rechazado todo, nada les interesa excepto aquel tiempo anterior, donde solo reconocen haber sido felices.
Otros están amarrados a ciertas sustancias que permiten que su sangre siga corriendo, que su corazón siga latiendo. Una especie de prótesis tóxica les quita el sufrimiento existencial, los completa, les permite vivir, pero por otro lado los cosifica, los convierte en estatuas y les arranca las esperanzas, matándolos. Sustancias que hacen de pañuelo que seca sus lágrimas y a la vez de jaula, cortándole los pasos y quitándole sentido y dirección a su marcha; abrazos que consuelan y a la vez manos que tapan sus bocas, enmudeciéndolos.
También hay gente sujetada a lugares y a personas, fijándoles un radio, un área donde pueden moverse. Están pegados a ese sitio de una manera tan radical que no pueden ver el mundo, no lo conocen, no saben que hay del otro lado del río. Depende incondicionalmente de la presencia de esos otros, que les dan tranquilidad; y la soledad es su peor enemiga, su miedo más grande. Esos rostros familiarizados les devuelven la paz, la seguridad, la estabilidad. Su aire por lo general está viciado, pero prefieren eso a lo desconocido. No pueden renunciar a lo viejo y aferrarse verdaderamente a lo nuevo. No hay lugar para personas nuevas en sus vidas.
Pero además de estos casos típicos y cotidianos, existe una clase de amarrados que, a diferencia de los otros, quieren liberarse. Están oprimidos, ocultos. Son aquellos que están amarrados a su condición, ella les marca sus límites constantemente, es más, ellos viven y mueren en el límite, no pueden salirse allí: están limitados desde el principio. Amarrados a la pobreza, a la miseria más aguda que alguien puede llegar a imaginarse. Conocen el hambre, algo que muchos de nosotros jamás sentimos (no hambre en el sentido de que hace más de 6 horas que no comen nada… hambre en el sentido de una persona que padece la falta de alimento constante). No tienen nada, y ese es su dilema. Están envueltos en la ausencia, en la carencia total. Es la peor de todas las ataduras. Anudados a la indigencia son enterrados vivos, tachados de la sociedad, y mantenidos en las sombras. Su existir está ceñido por el este infierno al que fueron lanzados, algunos desde antes de nacer. Quieren soltarse de su prisión, por supuesto, dejar de ser eso que muchos ojos no quieren ver: los villeros, los negros, los cabezas; recuperar su dignidad y su orgullo, empeñados por un par de monedas en la primera limosna que pidieron. Están presos de todo ello, de la injusticia que los ha deshumanizado, que aquel que compró sus almas y los convirtió en fichas de ajedrez, haciendo especulaciones y jugando con sus cuerpos, acomodándolos acá o allá, según su conveniencia.
Es una realidad. Todos, sin dudas estamos atados, esposados a muchísimas cosas más: creencias, ideales, deseos, hábitos, etc. Y depende de nosotros, y solo de nosotros, conseguir esa libertad que nos falta, que prestamos alguna vez y que jamás nos devolvieron. Solo cortando las cadenas que nos mantienen sumergidos en el mar de la ignorancia de lo que padecemos, como seres humanos y como sociedad, podemos ser verdaderamente hombres libres, concientes y justos.

F.G.

viernes, 24 de julio de 2009

Psicoanálisis y Ciencia: Saber y Verdad

Intentaré abordar las relaciones entre “el saber” y “la verdad”, tanto en el campo de la ciencia como en del psicoanálisis, y a la vez los puntos que estos tienen en común, y aquello en los cuales difieren.
En “La ciencia y la verdad”, Lacan comienza haciendo referencia al estatuto del sujeto en el psicoanálisis, al estado de escisión, de “spaltung” de ese sujeto que el psicoanalista detecta en su praxis. Ese sujeto no es otro que el sujeto de la ciencia, va a sostener inmediatamente, es aquel que funda Descartes en la formulación del Cógito. A partir de ello, fundamenta la imposibilidad del pensar al psicoanálisis como práctica y el inconciente freudiano como descubrimiento, antes del nacimiento, en el siglo XVII, de la ciencia. Y contrariamente a lo que suele pensarse como una pretendida ruptura de Freud con el cientificismo de su época, es ese mismo cientificismo el que lo condujo a abrir la vía que lleva para siempre su nombre. Esa vía no se desprendió nunca de los ideales del cientificismo, y es por ello justamente que el psicoanálisis conserva su crédito.
Sostener que el sujeto sobre el cual operamos en psicoanálisis no es otro sino el “sujeto de la ciencia”, es decir que el sujeto que inaugura Descartes rechazando todos los saberes existentes, guiado por el proceso de la duda metódica, vacío de contenidos psíquicos, vaciado de representaciones y despojado de cualidades, es homólogo al sujeto freudiano.
Morel (en “Ciencia y Psicoanálisis”), al respecto, sostiene que la ciencia se ocupa de hallar saber en lo real, y luego de operar con ese saber sobre lo real. Hay una dialéctica entre el hallazgo y la operatividad. Basta con pensar en Newton cuando descubrió las leyes de la gravitación. Se trata de un saber en lo real, ya que lo real obedece hasta cierto punto a esa fórmula matemática, y ello antes de ser descubierta. Pero hay una frontera entre el saber y lo real, y esa frontera es móvil. La ciencia intenta suprimirla, y hacer coincidir todo lo real con el saber. A esa frontera abierta y móvil Lacan la llama “sujeto de la ciencia”, y caracteriza a la ciencia, entonces, como el fracaso en el esfuerzo por suturar ese sujeto. La ciencia objetiviza ese sujeto, lo rechaza en tanto se maneja con significantes puros (es decir, que no remiten a ningún sujeto), con el modelo de la física matematizada de la fórmula, y es justamente eso que se intenta eliminar lo que funda el campo del psicoanálisis.
En referencia al proceder cartesiano, Morel va a decir también que en el análisis se produce algo del mismo orden que los pasos seguidos por Descartes. El sujeto que acude al análisis rechaza como él los saberes existentes sobre su síntoma, en el que consiste su inconciente, y ese saber lo supone en Otro. Supone que ese saber existe, un poco como el científico supone saber en lo real; ésta es incluso la condición para que pueda descifrar ese saber, hacerlo existir realmente, enunciándolo. Pero, a diferencia de Descartes, ese saber referido al síntoma del sujeto no está separado de la verdad de su ser. El sujeto no puede decirse: “que el otro se quede con la verdad, yo me quedo con el saber”, ya que padece justamente de esa verdad que encarna el síntoma. La cura consiste en transformar al máximo esa verdad en saber. Pero ese saber no es universal, sino particular, ya que el inconciente no es colectivo y solo se lo puede descifrar en el dispositivo freudiano. Es más, el inconciente de un sujeto en análisis depende de su analista, del deseo de su analista; es decir, de la relación particular de éste con la experiencia. Ello implica evidentemente la no cientificidad del psicoanálisis: en la ciencia el deseo del experimentador no tiene papel alguno. La operación analítica apunta siempre a esa frontera entre saber y goce (uno de los nombres de lo real al que apunta el psicoanálisis), entre simbólico y real, donde se produce el sujeto. Mientras que la ciencia busca el modo de suturar ese sujeto, el psicoanálisis intenta hacerlo surgir.
En relación a lo anterior, Lacan en el seminario XI (en la clase I), se pregunta por el “Deseo del analista” y si esa pregunta puede quedar por fuera de los límites del campo del psicoanálisis, como en efecto pasa en la ciencia, donde nadie se pregunta nada respecto del deseo del físico, por ejemplo. Inmediatamente se responde que no, y hace referencia a lo que él llama “el pecado original del análisis”, el deseo del propio Freud, el hecho de que algo en Freud nunca fue analizado. Se trata del origen, es decir, saber mediante que privilegio encontró el deseo de Freud, en el campo de la experiencia que designa como el inconciente, la puerta de entrada. Sostiene que para que el análisis se mantenga en pie es esencial remontarse al origen.
Oscar Masotta, en el prólogo del seminario XI (los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis), explica que Lacan convirtió en un sostenido trabajo de enseñanza (más de 20 años de seminarios) la indagación de los fundamentos freudianos, convirtiéndolos en motivo de una tarea interminable, cuestionar y poner en vilo lo que detractores de entonces y siempre dan por hecho consumado: el lugar del psicoanalista. Sostiene, entonces, que hablar del deseo del analista no se lo debe entender solamente como el hecho de que la noción de transferencia debe ser replanteada de manera radical, sino que el lugar del analista (imposible, como el del político y el educador) no debe cesar de ser cuestionado.
Para ir terminando, en “La ciencia y la verdad”, Lacan llama la atención sobre el hecho de que la ciencia no tiene memoria. Olvida las peripecias de las que ha nacido cuando está constituida.
En relación con esto y echando luz sobre la ética de la ciencia y la del psicoanálisis, Oscar Sawicke, en “La ciencia y la segregación del inconciente”, define a la ciencia como el avance del saber en terrenos desconocidos, ampliando sus horizontes y otorgando al hombre mayor conocimiento y poder. Así, los adelantos científicos producen un continuo mejoramiento del nivel y la calidad de vida de los hombres, y sus conceptos se vinculan a la orientación científica que determina una ética. El hombre se define en términos de igualdad, equivalente de normalidad, y la homologación de la biología con lo humano es fundamental, es el principio que rige la formación científica, en especial la formación médica. Entonces, la ciencia es la acumulación del saber cada vez más extendido, y quizás a pesar de él, da origen a una generalización, transformándose en equivalente de la verdad, alejado de su origen. Por otro lado, el descubrimiento freudiano, el inconciente, introduce un principio ético diferente, que soporta una concepción del saber diferente. Es una práctica que admite la diferencia absoluta de los hombres. Su saber no es equivalente de la verdad ni busca la construcción de un universal. Los hombres son diferentes, y sus historias determinan esta diferencia. El psicoanálisis interroga el hablar del sujeto implementando un saber articulado con la palabra. El sujeto será definido así por lo que de él se escucha, en su hablar. Es una posición ética que diferencia el saber y la verdad desde el decir del sujeto, realidad simbólica, fantasmática y no fáctica. El hombre establece una relación con la realidad mediatizada por el lenguaje. Ya no es un ser viviente a secas, no es, por fuera de los efectos del lenguaje.
El inconciente freudiano es esa verdad que no puede ser toda dicha. Dice de un saber diferente de la verdad. Sabe de una verdad imposible, y establece que una verdad nueva advenga, en singular. Discurso del sujeto que soporta el principio de no identidad, de división del sujeto, de imposible.

F.G.

miércoles, 15 de julio de 2009

LOS ANÓNIMOS

El Frío húmedo pasa por entremedio de las grietas de paredes simuladas por un montón de chapas amontonadas. Sus camas son solo trozos de goma espuma sobre el piso (de tierra). Y la puerta de sus casas, un pedazo de tela que la brisa hace bailar.
Revuelven la basura. Viven de lo que lo los demás ya no usan. El hambre es una sensación constante a la que todavía no se pueden acostumbrar. La mugre, la roña y la miseria no cubren solo sus cuerpos, también sus vidas. Su situación es más que violenta, más que agresiva. La sociedad los esconde, los tapa tras las sobras, los margina, mira para otro lado. Están corrompidos, tachados, negados. Deshumanizados. Desheredados. Son Anónimos.
Entre todos ellos hay un pequeño niño. Su edad no alcanza la década. Él acompaña a su padre todos los días, como muchos, en la búsqueda de cartones para poder venderlos, y de alguna que otra cosa que encuentren por allí para llevar a su racho. Pasea por la gran ciudad en la humilde carreta, tironeada por un escuálido caballo que apenas puede caminar. Por su lado pasan los autos, algunos nuevos y otros no tanto. La gente que deambula por allí ni lo registra, como si fuese un espíritu, un alma, un fantasma. Es así. El fantasma de la pobreza, de la indigencia. La poca gente que se anoticia de su presencia enseguida cruza de vereda. El miedo se dibuja en sus rostros. Él los observa, mientras el viejo para de vez en cuando a recolectar algunas cajas.
Siempre mira los negocios, las grandes y luminosas vidrieras llenas de cosas (que jamás podrá tener), las personas cargando con paquetes, los tipos de seguridad que lo atraviesan con la mirada; en fin, ese mundo del que fue expulsado antes de su nacimiento. Al principio no entendía. Si bien es pequeño y carga con una mochila llena de dudas, empieza a conocer su condición. Pero a pesar de esto, hay algo que siempre le pregunta a su papá, y éste le contesta callando, no encontrando palabras para semejante inquietud. Ni él lo sabe. “¿Qué hice yo para merecer esta vida? ¿Qué hice de mal para tener que vivir en un rancho de chapa, con piso de tierra, y dormir en un pedazo de goma espuma? ¿Qué es lo que hice mal para tener que cagar al lado de donde como?... ¿Que es lo que hizo de bien el niño que vive en una casa de material, tiene su habitación con calefacción, va a la escuela, tiene ropa limpia y juguetes?... acaso la vida es solo una cuestión de azar… de suerte, tal vez, dependiendo del lugar donde te toque nacer?! “.

martes, 30 de junio de 2009

UNA RUBIA MUY FRESCA (remake)

Había salido tarde de trabajar aquel viernes caluroso y de mucha humedad. El sol ya casi estaba ausente y la noche empezaba a reinar. El paisaje urbano que decoraba aquel momento no era muy distinto al de otros días, gente apurada, yendo y viniendo; autos, colectivos, taxis, motos, invadiendo las calles; bocinas, ruidos y gritos de personas impacientes; bebés llorando en manos de madres desesperadas, señoras coquetas observando vidrieras de negocios que ya cerraban sus puertas, carteles luminosos que se empezaban a lucir después de un día donde pasaron desapercibidos; en fin, era un anochecer más en la gran ciudad, donde todos siempre tienen algo más importante que hacer, y como de costumbre, están llegando tarde.
Yo estaba relajado, si bien no solía conservar la calma a esas horas después de una larga semana laboral. Decidí, entonces, salir a caminar un rato por ahí en vez de volver rápido a casa, donde seguramente me daría un baño, cenaría algo poco elaborado y caería como un tronco a dormir.
El calor se hizo indisimulable después de un par de cuadras caminadas y algunas reflexiones de cigarrillo inconclusas. Las gotas de sudor mojaban mi camisa y mi boca pedía a gritos que le quite esa seca sed que desde el principio cargaba encima. Algo tenía que hacer. Necesitaba un lugar donde refugiarme un rato y recuperarme antes de volver a casa. Entonces, como una especie de paraíso, se me aparecieron las grandes puertas de aquel bar en la vereda de enfrente. Jamás lo había visto, ni siquiera me había percatado de su existencia a pesar de frecuentar bastante esa cuadra, pasando todos los días obligatoriamente por allí de camino al trabajo.
Crucé la calle decidido, sin dudar, y entré en aquel oscuro sitio donde se veía bastante movimiento desde afuera. Atravesé rápidamente sus puertas y me quedé parado allí, en la entrada. Realicé una visión panorámica observando más o menos el lugar. Sus mesas estaban acomodadas de una manera bastante irregular, algunos de los que estaban allí bebían tragos, líquidos de diversos colores en vasos largos, otros tomaban cerveza, unos pocos se mostraban con whisky, y se paseaban todos por el pequeño salón derrochando simpatía por demás. Había personas que había salido de trabajar al igual que yo, otros que parecían frecuentar el lugar, y algunos sujetos algo raros, como disfrazados, muy ridículos, con cara de bandidos.
Inevitablemente, brillando desde el fondo y siendo imposible no verla, una luz muy potente me encandiló. Al principio creí que se trataba de una aparición, de algún fenómeno paranormal, pero no. Era la rubia más hermosa que había visto en mi vida. Estaba sola allí, apoyada sobre la barra, como esperando que alguien se le acerque. Todos le pasaban por al lado, algunos la miraban, pero ella se hacía la desentendida. Por más que después me lo negó, sé que notó mi presencia cuando entré. No dejó de mirarme ni un momento.
A paso lento y tranquilo avancé hasta el fondo y me paré a su lado. Ella miraba para otro lado, ignorándome. La hablé al oído, le pregunté si estaba sola y no me dirigió la palabra. Encendí un cigarrillo y mientras fumaba la miraba de reojo. La rubia seguía inmóvil, quieta. Ahí fue cuando, haciéndome el tonto, le pregunté al muchacho que estaba detrás de la barra si sabía algo de ella y éste me dijo que hacía bastante tiempo que posaba allí, que aparentemente estaba sola. Entonces, rápidamente, como si fuera un acto reflejo, la agarré y la llevé a una mesa en el rincón más oscuro, donde pudiéramos estar tranquilos y nadie nos moleste.
Ella seguía sin decir nada, solo me miraba. Al comienzo creí que no había onda, aparentaba ser un corte de rostro terrible, pero después me di cuenta de que se trataba de una rubia tímida. Se quedó conmigo ahí, frente a mí. Charlamos un largo rato, le conté algunas pavadas e inventé algunas anécdotas graciosas que adornaron mi coqueteo. Ella solo sonreía mientras yo llenaba silencios con palabras sin importarme mucho que era lo que decía. La noté enseguida un poco nerviosa. Había comenzado a transpirar demasiado mojando toda la mesa. Me estaba esperando, no decía nada, y yo sin darme cuenta seguía hablando hasta que me animé y le dí ese tan esperado beso. Fue delicioso, quería que no termine jamás. Era como si su alma acariciara la mía, llenándome de ganas de vivir. Todavía lo recuerdo como si hubiera sido hace un momento. Fue mágico.
Luego del beso, mientras nos mirábamos, contemplándonos en silencio, ella comenzó a sentirse mal. Fue así como perdió el equilibrio de repente, cayó sobre la mesa y luego al suelo. Espuma blanca empezó a salir de su boca. Todos me miraban y yo no sabía que hacer, solo la observaba, la vergüenza me había paralizado. Enseguida, cuando reaccioné, la levanté y la apoyé sobre una silla, mientras hacía señas al muchacho de la barra, levantando la mano y gritando: “Mozo, otra cerveza, por favor…!”

viernes, 29 de mayo de 2009

Cuando nuevamente dijeron La Verdad

Que horror!!! Nuevamente volvía a pasar lo que hace mucho tiempo había causado el constreñimiento de la humanidad toda. A pesar de haberse puesto todos de acuerdo en que nunca más se repitiera, los hombres sin darse cuenta comenzaron la decir la “verdad”. Esa verdad, que con el fin de mantener la paz y la armonía habían enterrado en lo más profundo de los secretos, había salido a la luz una vez más, no solo expresando la violencia y el odio más radical, sino también trayendo al presente todo aquello que parecía haber sido perdonado y olvidado.
En tiempos pasados, en varias ocasiones, está verdad también logró soltarse de las cadenas que la mantenían escondida en la prisión de lo prohibido, provocando las masacres más grandes e impresionantes que la historia del hombre contempla. Estos hechos, producto del esfuerzo que implica hacerse cargo de su existencia, se convirtieron en los motivos de su ocultamiento, sin ser suficientes para su logro.
Esos hombres, aquellos que se encargaron de velarla, son quienes, por culpa de su tonto olvido, nuevamente la hicieron pública. Se transitaba otra vez un camino sin retorno, ya que las veces que esa verdad vio la luz se hizo imposible volver atrás. Ella destruía todas las creaciones humanas, aquello que se diseñó justamente para taparla y así poder mirar hacia otro lado: la cultura en toda su extensión. Justamente, lo que mantenía entretenido al hombre, distrayéndolo y haciéndolo olvidar de aquella tormentosa verdad de la que nada quería saber, caía con las ropas de ella dejándola al desnudo. Eso que las sociedades habían edificado con tanto trabajo se derrumbaba, presa de sus contradicciones, transparentando la vulnerabilidad y la fragilidad que escondía tras su aparente omnipotencia.
Una vez más era necesario construir algo nuevo, algo que pudiera soportarla y de esa manera poder seguir. Así pasó siempre, cada vez que salió de las sombras, el hombre tuvo que vérselas para lidiar con ella, construyendo recursos que se lo permitieran.
De este modo, los griegos inventaron la filosofía, la democracia, la política, las artes, el politeísmo, el logos, etc., desentendiéndose de aquella verdad, siendo útil hasta que ella les hizo jaque, y todo desapareció teniendo que surgir el monoteísmo, el catolicismo, el discurso religioso más violento de la historia, la figura del rey y toda una organización social en torno a ello. Esto obligó a quitar esa verdad del mundo una vez más, devolviendo al hombre la posibilidad de no enfrentarse a ella.
Aquello permitió el paso de varios siglos, justamente aquellos donde Dios enmudeció al hombre, hasta que la rebelión hizo rodar la cabeza de los monarcas, quemando sus reinos, donde la verdad se paseaba sin pudores nuevamente. La divinidad de los soberanos fue intensamente cuestionada y provocó la muerte de este Dios, el renacimiento del hombre y la construcción del gran edificio de la modernidad, con su discurso científico (reemplazando al de Dios), con sus ideales de progreso, felicidad y liberación de todos los males del hombre, el desarrollo de la industrialización y el capitalismo. Construcciones por demás sofisticadas, enjaulando a la verdad por un tiempo más, hasta este momento, donde después de una larga siesta se mostraba en la calle haciendo de las suyas, quitándole credibilidad a todo una vez más. Los modernos ideales y modelos de superhombre fueron crucificados con los fundamentos de la ciencia, exigiendo como antes, novedad o padecimiento.
Esta verdad, siempre imposible de percibir en su totalidad, enredada en la complejidad de las situaciones, obligaba ir más allá, sin poder el hombre salirse del más acá, pudiendo captarla solo a través de su caos. Era hora de callarla para poder mirarse a la cara y sonreírse como antes, volver a tener buenos modales. Hacía falta crear nuevas mentiras que permitieran renegar esa verdad y lograr establecer el amor entre los hombres: mentiras que logren sustentar ese falso bienestar, esa comodidad, aunque sea por un tiempo más.

domingo, 17 de mayo de 2009

No existe Ciencia...!

...“Porque no existe una Ciencia del Amor?”, me había preguntado una vez más. Pensaba que si fuera así todo sería mucho más fácil. Uno leería un par de libros y listo. Aunque sea un esbozo de una disciplina así haría que todo sea un poco menos doloroso. Estaba convencido de que seguir probando con “ensayo y error” podría llegar a provocar graves lesiones en mi precaria lucidez.
Pero es algo imposible, me respondí al instante. No hay razón ni lógica en este mundo que pueda absorber y aplicar una serie de leyes universales sobre el campo del amor. No hay categorías ni clasificaciones que sirvan, cada una de ellas tendría infinitas excepciones. Los experimentos en los laboratorios del amor serían una burla, convirtiéndose en verdaderos papelones.
No hay experiencias que alcancen, no hay expertos en este tema. Somos siempre un grupo de novatos aprendiendo a jugar, a veces intentando ayudarnos, pero cada uno es tan ignorante en sí que termina, muchas veces, arruinando todo sin querer.
Las palabras nunca alcanzan y con frecuencia sobran. Las experiencias nos aportan conocimientos que pueden ser valiosos, pero los olvidamos muy rápido. Nunca aprendemos nada y los aciertos son siempre errores que dieron buenos resultados. Esta ilógica, es la lógica del amor, y es lo que hace, de alguna manera, más loco al loco que está enamorado, y menos cuerdo a los enamorados que dicen estar en sus cabales.

sábado, 9 de mayo de 2009

Reflexiones sobre "El Volver"

Es una evidencia. Hace bastante tiempo que viene rondando en mi mente un grupo de ideas que no logra otra cosa que expresarse compulsivamente una y otra vez. Tengo que admitir que se han manifestado tanto en mí que lo mínimo que puedo hacer es intentar un ordenamiento más o menos claro. Y así, de ese modo, avanzar hacia otra cosa: salir de este estancamiento.
Me dí cuenta de que tenía que hacer esto cuando no hacía otra cosa que volver siempre sobre el mismo tema. Por más que intentaba crear una originalidad o algo novedoso, en algún punto siempre había un retorno hacia esa situación, ese hecho, que no hacía más que repetirse, de maneras diferentes, disfrazándose, escondiéndose: siempre aparecía ahí, sin disimulo.
Se preguntarán ¿Cuál será ese hecho, ese tema tan recurrente? Pues no es otro que “el volver”. Parece un absurdo, pero no. Este último tiempo no he podido dejar de volver sobre “el volver”. Ya lo había planteado, de alguna manera, quizá no muy clara y en forma de cuento en “El dilema de cómo hacer para volver” o “Tradición-Traición”. En fin: esta situación de volver, este desafío al tiempo y las distancias, al espacio físico en sí, no hace otra cosa que repetirse incansablemente.
A partir de aquí es que me surge la ardua necesidad de preguntarme sobre el volver. Teniendo en cuenta que nunca es bueno comenzar una reflexión comenzando por definiciones, no voy a preguntarme directamente “¿Qué es el volver?”, ya que tampoco es lo que me interesa saber.
Sin dudas, todo volver hace referencia al tiempo, y fundamentalmente a un tiempo “pasado”. Esto es necesario y casi irrefutable, si no fuera porque volver también hace referencia al cambio. Yo puedo volverme tonto, vos podés volverte viejo y él puede volverse loco. Se refiere al cambio de cualidad o estado de una persona o cosa. Pero no es este el sentido de volver que me quita el sueño, sino más bien el primer sentido, el hecho de hacer presente un hecho pasado va a ser el blanco de estas reflexiones.
Después de estas aclaraciones, la condición de que volver siempre va a hacer referencia a un tiempo pasado es incuestionable, ya que es muy difícil volver a un tiempo presente o a un tiempo futuro. Si yo quiero volver, supongamos, a una situación, un estado, un momento, un hecho, un lugar, etc., este siempre va a tener que ubicarse en un tiempo anterior al presente. Como de ninguna manera se puede retroceder el tiempo, entonces lo que se hace es actualizar un hecho pasado, una acción, etc. en el presente. Esa es la forma de volver, lo que no significa retroceder. Hoy, con estas ideas (bastante cuestionadas, por suerte) de “progreso”, de “avanzar”, “crecer”, etc.; el hecho de volver es un horror. Mientras menos memoria tengan los hombres, más libres serán; parece ser la consigna. Hay que ir para adelante: Una farsa bastante evidente. Volver, muchas veces, es una forma de progresar. Los hombres somos históricamente dependientes, lo cual nos obliga siempre a tener que volver. Tampoco se trata de caer en el pesimismo de pensar que todo tiempo pasado fue mejor, pero este volver es una necesidad humana, tan vital como el alimentarse o el dormir.
Si lo pensamos así, esto nos obliga a cuestionar la vida como un proceso lineal y dividido en etapas sucesivas. Nuestra reflexión nos dice que no es así. La vida, de alguna manera, podría estar representada por un círculo, donde se avanza y se retrocede a la vez, o por un espiral donde se está volviendo siempre, donde las etapas no son claras y están solapadas unas con otras, mezcladas y entrelazadas. Las situaciones, les hechos, los lugares, los modos, las acciones, las formas, las personas, etc. se repiten todo el tiempo, mutados, combinados, disfrazados, siempre vuelven, los déjà vu aparecen inevitablemente, tan irresistibles como el hecho y el deseo de volver.
Pero está claro que no se puede volver para quedarse. El hacerlo traería problemas muy graves. Uno vuelve para luego irse, alejarse nuevamente. Si uno volviera para quedarse atado a ese regreso nunca más podría volver, ya que solo lo podría hacer si se hubiese ido.
El hecho de volver a cometer siempre los mismos errores se nos aparece de repente. El equivocarse en lo mismo, esta vuelta no deseada hacia lo desagradable, hacia lo no querido, es inevitable también. Y junto con ese volver no deseado viene el volver a empezar, algo que hacemos mucho a lo largo de toda esta vida espiralada. Estamos empezando cada segundo, y volvemos a empezar a hacer las misma cosas, y de la misma manera, como si se tratara de una compulsión obsesiva o un ritual. Muchas veces este “empezar” queda solo en un volver a intentar, algo que es más de un ser cabeza dura y retobado que de un ser humano pensante y racional.
Está en evidencia, entonces, este eterno regresar, esta curva tan humana que nos lleva siempre a los mismos lugares de donde partimos, las mismas sensaciones. Este largo retorno al punto de partida, de donde empezamos todo el tiempo, y no dejamos de empezar. Acá es donde puedo preguntarme que tan saludable es esto, esta manía de no dejar de estar atados y de volver todo el tiempo, sin poder liberarse. El quedarse ahí, sentados y volviendo sobre un pasado que ya pasó, pero que no deja de hacerse presente y futuro. Un pasado que atraviesa el tiempo, las ideas, las ganas, en fin: la vida. No sostengo para nada el hecho de dinamitar nuestras memorias, sino que planteo el poder dejar de ser adictos a ellas, volviendo sin remordimientos, convirtiéndonos es esclavos de aquello.
Hasta acá es donde pude llegar. No sé si logré ordenar mis pensamientos como lo deseaba, pero seguramente tendré que volver sobre este tema, como nuestra conclusión nos lo dice. Espero encontrar elementos que me ayuden a completarlo y así contentarme, ya que esto es solo un pequeño boceto, en el que quedaron algunas cosillas por fuera.

viernes, 24 de abril de 2009

Cosas de Todos los días!

Allá va el rosarino, mezcla de Olmedo y el “Che”
Va a encontrarse con ella en el monumento, a las 3.

Colegiala inocente que se escapó del bachillere,
Se hizo la gran “chapina” para ir a coger con él.

Los libros aquella tarde solo estuvieron de adorno,
Pero la pendeja aprendió un montón de poses porno.

Cuando la cosa terminó ella quedó enamorada,
Y el “pecho frío” la mandó a la concha de su hermana.

No es una historia de amor,
Pero si bien rosarina.
No tiene nada especial
Nos habla de unas cojidas.
Son cosas que pasan acá,
Cosas de todos los días.

Se flecharon en la “Flora”, a orillas del río Paraná,
El “come gato” la apuró y la llevó al asiento de atrás.

La negra asomó la hilacha, demostrando su experiencia,
Y el “sin aliento” le dio su verga como licencia.

Su atributo fue pequeño para aquellas pretensiones
Y la morocha enseguida se subió los pantalones.

El “canalla” avergonzado no encontró más otra opción
Que buscar entre sus dedos terminar aquella misión.

No es una historia de amor,
Pero si bien rosarina.
No tiene nada especial
Nos habla de unas cojidas.
Son cosas que pasan acá,
Cosas de todos los días.

“Choro” y mafia de Pichincha, sentado sobre el Boulevard
Pispeaba, buscando una mina para invitarla a almorzar.

Un choripan con lechuga, le quería hacer probar
Y luego en el Independencia la goma hacerse tirar.

Su actuación fue mas que buena, su chamuyo fue de campeón
Cazó en el primer intento una minita del montón.

Flor de sorpresa se llevó cuando el bulto se le marcó,
Tenía flor de longaniza, “la puta que lo parió”!

No es una historia de amor,
Pero si bien rosarina.
No tiene nada especial
Nos habla de unas cojidas.
Son cosas que pasan acá,
Cosas de todos los días.

(canción escrita con mi colega,Agustín Fabron, para regalarsela al genio de Zambayonny)

Es un poco fuera de lo común. Pero tiene su simpatía. Hay que escucharla.

Saludos.

FER!

martes, 14 de abril de 2009

La Muchacha de mis cuentos

Las cosas nunca son normales. Cada vez estoy más convencido de ello. Jamás creí que la muchacha que me quitaba la sensatez, esa que aparecía en todos mis cuentos, que soñaba en mis viajes oníricos al mundo de mi inconciente, que esperaba en todas las esquinas, existía realmente.
La encontré precisamente en el lugar donde nada había ido a buscar, donde nada esperaba hallar. Y ahí estaba, sin registrarme, como si fuera un ente invisible. Al principio intenté tranquilizarme, disimular… pero nunca pude hacerlo totalmente. Quise captar su atención, pero no lo conseguí hasta antes de partir nuevamente. No siempre las cosas son fáciles, lo sabía.
Y así fue. Cuando ya estaba a punto de abandonar aquel lugar, que ahora se había vuelto más que especial, un rayo atravesó nuestras mentes, cortocircuitando nuestras almas y llenando de dulce miel nuestros corazones. Sin duda era ella. Lo supe desde el comienzo. Y la joven mujer de rizos caoba también sabía que era yo quien la había inventado, quien la había soñado, quien le había dado vida en aquellas locas historias que hoy descansan junto a ésta en un viejo cuaderno, sobre la mesa de un pibe que no sabe que hacer con sus penas.
Las circunstancias marcaron el guión y tuve que partir de todas maneras. Creyendo que la había perdido, que se olvidaría de mí, que huiría con personajes atractivos de cuentos más entretenidos o quizás seduciría otros escritores que le dieran historias más lindas; tocó una tarde de abril la puerta de mi humilde casa.
Eso no lo había escrito yo, sino ella. Ella me había inventado de la misma manera. Me había soñado, me había pensado, me había creado del mismo modo; y utilizando ese mágico lápiz comenzó a escribir nuestra historia: ésta historia. Fueron las tardes de abril más lindas de mi vida, más mágicas, más llenas…
Pero tuvo que volverse, como la 2da ley de Newton lo exigía, a aquel sitio donde esperaba encontrarla cada vez que pase por allí. Y todo lo que eso implicó: yo de este lado del papel y ella de aquel. Antes de partir me dejó un disco con la cara de Dios y un beso en el bolsillo del pantalón.
Sigo pensando que las cosas nunca son fáciles ni normales. Hoy solo espero volverla a ver.

viernes, 20 de marzo de 2009

LOCO

Tranquilo, relajado y con aires de grandeza salí a la calle aquel día, sin saber que me esperaba aquello que, intuyendo que algún día pasaría, divisaba en otro momento de mi vida.
No se trataba de la muerte. Aunque algún día ella vendría inevitablemente, como parte misma del ciclo de la existencia. Siempre se la ve lejana, mal escondida tras los horizontes de la vejez, asomando medio cuerpo, la muy ingenua y evidente.
Tampoco se trataba del amor, que sin buscarlo llega, así de golpe el muy sinvergüenza, atrevido y desprejuiciado, invadiendo hasta los rincones más inhóspitos del alma, levantando el polvo de pensamientos enterrados y provocando un revuelo de ideas y sentimientos encontrados y desencontrados. Poniendo nuestro cuerpo como escudo de todo aquello, se prende un cubano y se camufla tras sus chascarrillos.
Aquello que me atacaría por asalto era, nada más ni nada menos, que la pérdida de mi sensatez. Algo que yo preveía que sucedería desde hacía tiempo, pero que esperaba que en otro momento. La cordura, de un segundo para otro y sin importarle nada, se suicidó ahí mismo, en su lugar de trabajo. A pesar que sabía que la muy puta me detestaba no entendía porqué llegó a semejante decisión. Si tengo que ser sincero, nunca nos llevamos bien, pero bueno, de algún modo era ella quién mantenía la casa de mis ideas en orden.
No hace falta ser un erudito, o tener una licenciatura en algo, para darse cuenta del quilombo que quedó acá. Ni si quiera es necesario entrar en detalles, ya el panorama general muestra lo difícil que es encontrar las puntas del ovillo de mi universo mental. Los simples hechos de no poder distinguir a las personas reales de las fantasías, los sueños de la vigilia, lo correcto de lo incorrecto, lo bueno de lo malo; por nombrar algunos, me demuestran constantemente la gravedad del asunto.
Mis movimientos cada vez más desarticulados, cada uno siguiendo un ritmo distinto, separados y aislados, hacen notar mi presencia desde lejos. Un cuerpo segmentado, desplazándose cada porción del mismo para lugares diferentes, y hasta opuestos, me transforman en una especie de marioneta torpe, sin gracia.
Los espejos ya no reflejan mi imagen. Este aspecto, producto de la descomposición provocada por los malos humores, es más que lamentable. Evidentemente fui consumido por el vicio de la locura, como una especie de cáncer del pensamiento, en cuestión de meses, y ya no hay forma de detenerlo.
Esta demencia me mantiene súper pirado todo el día, cargando un flor de chifle XL al mejor estilo “mochila”. No había dudas, me dejé arrastrar por el atractivo río de la falta de juicio, y ahora floto en una balsa de ideas atrofiadas hacia la perdición, mirando la luna y escuchándola cantar canciones de María Elena Walsh.

F.G.

domingo, 15 de marzo de 2009

ASÍ

Y así, sin darme cuenta, sin que nadie me lo preguntara, ya estaba adentro del juego. Un lugar donde la planificación y la estrategia, por perfectas que fueran, no tenían sentido. El azar reinaba por sobre todas la reglas, constituciones, decretos, ordenanzas y leyes físicas. Todo dependía de él. Cuando tomé conciencia ya había tirado los dados una decena de veces y lo que allí estaba sucediendo no dependía de mí, ni de nadie. La única forma de salir era que el juego acabara, pero el tiempo y las piezas sobre el tablero me susurraban al oído que faltaba demasiado, y solo tenía una opción: seguir jugando.
Un sistema casi perfecto, manteniéndome en vilo, preocupado y sin certezas. Los demás jugadores parecían ignorar toda la situación. Sus rostros paralizados, inmóviles, lo observaban todo. Intenté decírselos, pero no me lo permitieron. Nadie quería perder: nadie dejaba de jugar.
Evidentemente era yo, ya que ellos, despreocupados, festejaban sus rachas de suerte, mientras mis dados redondos no dejaban ni un minuto de girar, mareados y atolondrados, chocándose entre sí. La cosa siguió, y cada uno ocupándose de lo que le correspondía a su soberanía personal, no miraba al resto. Éramos varios, pero estábamos solos. Cada uno consigo mismo.
De ese modo, mientras algunos veían el triunfo tan cercano, arrancándose los ojos por una tonta ambición, perdimos. El juego se hizo infinito y quedamos todos agonizando allí, viéndonos morir. Un cubilete desfondado y las fichas desparramadas sobre la mesa son lo único que quedó de aquello que ni el propio azar pudo impedir. “La tristeza durará por siempre”, dijo el artista antes de partir con su pecho agujereado por un plomo: y así, sin darme cuenta, sin que nadie me lo preguntara, se metió en mis cuentos, con sus girasoles y su fracaso en vida, y no se fue nunca más.

F.G.

sábado, 28 de febrero de 2009

EL DILEMA DE CÓMO HACER PARA VOLVER

Había llegado a aquel viejo poblado una tarde de abril. Estaba de paso por ese sitio, solo por una noche. El carruaje que me llevaba de vuelta hacia Rosario había roto una de sus ruedas y debía esperar a que la reparen. Era un pueblo pequeño, un lugar de esos donde uno nunca piensa que puede llegar a encontrar algo interesante.
Me hospedaba en el único hotel que había. Una construcción con una arquitectura muy clásica, un poco abandonada. Sus pasillos eran tenebrosos y todo estaba bastante recubierto con tierra, como si hiciera siglos que no se limpiara. Pude darme cuenta que no pasaba mucha gente por allí, ya que cuando ingresé al viejo edificio la gente que trabaja ahí se puso toda a mi disposición. Me dieron la mejor habitación, una que tenía una gran ventana que permitía ver toda la pequeña ciudad. Esa noche me acosté temprano, estaba muy cansado y cuando llegara a mi destino sabía que no iba a estar tranquilo por mucho tiempo.
Al principio no podía conciliar el sueño. Era todo tan precario que no quería estar allí. De repente, cuando por fin pude empezar a dormitar, empecé a escuchar un piano a lo lejos que tocaba una triste melodía. Las notas desprendidas de su caja llegaban marchando con sus últimas fuerzas hasta mi habitación. Era una música hiriente, transportaba tanto dolor en sus compases que era inevitable conmoverse.
Por más que intenté dormirme, sin darle importancia al melancólico sonido, no pude. Tuve que sentarme en la cama porque mis ojos habían comenzado a llorar solos. Una angustia tan grande me había invadido que no me quedó otra alternativa que abrir la inmensa ventana para que circule un poco el aire y a la vez intentar descubrir de donde venía aquella catarsis en re menor. Divisé a lo lejos el lugar: era una pequeña casa humilde.
En realidad mi deseo era que saliera el sol, así podía irme de ese sitio lo mas rápido posible. Ya lo dice la famosa frase “En el polvo no hay oportunidad”; y es tal cual, esa gente nunca iba salir de la caverna. Como no podía descansar escuchando las notas de aquel triste pentagrama, no tardé mucho en vestirme y salir de allí rumbo al viejo y misterioso rancho musical.
Al principio me dio un poco de miedo ir a esas horas de la noche a caminar por ahí, pero mi curiosidad era mas grande. Mientras más me acercaba a la casucha, la melodía se escuchaba mejor y más potente en su sonar. Tengo que admitir que tardé bastante, mi pánico era indisimulable. Cuando me encontré frente a la puerta de la mugrosa y pobre vivienda, ya estaba inundado en llanto, la tristeza había invadido hasta el último rincón de mi alma y la angustia se hamacaba en mi cordura: me había deshecho. Toqué la puerta con apenas una pocas fuerzas y en cuanto el “toc-toc” fue percibido por el pianista se interrumpió su concierto nocturno y la música dejó de sonar. A los pocos minutos la tabla vieja y despintaba q tenía como puerta se abrió, y un señor muy viejo se asomó por detrás de ella. Estaba decrépito. Tenía una altura y una delgadez considerables y hasta extremas, y un rostro completamente arrugado. Sus arrugas eran tan marcadas y profundas que su cara parecía un mapa. A la vez, un olor a tabaco rancio y embotado irrumpió en mi nariz de una manera tan violenta que comencé a toser sin parar, mientras que al mismo tiempo lloraba sin consuelo, conmovido por su quehacer musical.
El viejo me vio así, quebrado emocionalmente, y me hizo pasar sin preguntarme nada. Tardé un poco en reintegrarme de aquel estado deplorable que presentaba y luego si me rompió ese silencio tan misterioso que invadía la sala.

-¿Quién es usted y que hace por aquí?- dijo con un hilo de voz, muy afónico.

-Yo no soy de aquí- respondí muy asustado, intentando disimular- Estoy de paso, me voy en una horas… y su música no me permitió descansar. Así que por eso vine a verlo.

-¿Y que es lo que quiere? ¿Que deje de tocar?- me retrucó el anciano.

-Por supuesto que sí- respondí irritado- Y además de todo eso, su música me angustia muchísimo… no puedo dejar de llorar cuando la oigo- le reproché enseguida.

-Es que no es precisamente música… es otra cosa ¿Ves algún piano en este lugar?

En ese momento un escalofrío recorrió todo mi cuerpo, desde la cabeza hasta la punta de mis pies, al no ver ningún instrumento allí, ni nada parecido. Enseguida lo miré al hombre a los ojos y este no perdía su calma. Por un momento creí que estaba frente un loco, un psicótico… estaba muy confundido.

-¿Y qué era ese sonido que escuchaba?- pregunté alterado, muy nervioso- No entiendo…

Y el viejo se quedó callado. Caminó hasta un roñoso aparador que yacía en un rincón y encendió un pipa carboniza de tanto largar humo, se sentó en un destrozado sillón de cuero al que le colgaban los pedazos y me contó aquel curioso secreto. En su juventud él se enamoró de una hermosa mujer en la ciudad, una belleza sin igual que lo hizo feliz desde el primer momento que la vio. Se casaron y se fueron de la gran jungla de cemento que, según él, consumía lo mejor de la gente sin dejarle ni paz, ni amor, ni nada. La ambición reinaba por sobre todas las cosas. Y así, llegaron a ese pueblo cuando apenas era un pequeño asentamiento y desde aquel día vivía ahí. Pasaron unos pocos años felices hasta que ella se enfermó muy grave, algo fulminante, que se la llevó en cuestión de semanas. La tristeza fue gigante el día de su muerte, tan grande que para llevársela tuvo que hacerse presente uno de los mismísimos arcángeles, y presenciando semejante escena le concedió la posibilidad de que ella pueda volver en forma de melodía todas las noches hasta que por fin sea su hora se partir y entonces así estar juntos nuevamente. Y esa música que vuela por todo el pueblo es ella, haciendo llorar a todos, velando ese amor que se resiste a morir con el paso del tiempo.
Así, nos quedamos charlando con el añejado hombre hasta que el sol se paró por fin sobre el cielo. Me despedí, entonces, prometiendo volver a visitarlo y sabiendo que jamás lo volvería a ver. Salí rápido de la casucha rumbo al hotel para buscar mis cosas y retomar mi viaje de una vez por todas.
Unos años después quise volver al humilde pueblo con mi mujer, para mostrarle lo que me había pasado aquella vez, pero por más que lo busqué no pude encontrarlo. Jamás existió un poblado allí, me dijeron. Y todo volvía a empezar “¿Viste alguna casa por aquí?” me preguntó ella, al ver una planicie de tierra vacía. Y el escalofrío me recorría nuevamente todo el cuerpo, de la cabeza hasta los pies ¿Estaba, tal vez, frente a una loca, una psicótica?
F.G.