domingo, 13 de septiembre de 2009

El Triunfo del Fracaso

Ya los había escuchado. No ser y ser nada al mismo tiempo angustia, duele. Nos creemos la mentira de la felicidad y así andamos por el mundo, chocándonos entre sí, como autómatas suicidas buscando sueños en placares ajenos. Todos los viernes, exactamente a la misma hora, comenzaban su reunión semanal.
Estaban debajo de un árbol, sentados en ronda. Yo los miraba desde lejos. Que estúpido me siento a veces, deshojando margaritas en invierno mientras los demás ya se cansaron de esperar, cuando nadie confía en el tiempo, cuando ya no se espera nada del próximo amanecer. Sus intenciones, por supuesto, nunca fueron buenas.
¿Será que realmente estoy equivocado? ¿Tengo que abandonar mi convencimiento a esta altura de la frustración? Estaban haciendo eso que me pone loco, por eso no me acerqué. Pero, juntando los pocos trocitos de sinceridad que me quedan en el bolsillo: ¡Que tentación sentí en ese momento! Es tan paradójico que las cosas que realmente nos hacen bien, y nos ponen felices, sean tan dañinas al mismo tiempo ¡Que injusticia!
Enroscado en promesas no cumplidas e ilusiones utópicas, me había lanzado al vacío, al abandono en mi lado oscuro. Y allí me quedé, pretendiendo estar a salvo. Gran error. ¿De qué libertades me hablan, cuando siento los límites constantemente besándome la nuca? Ya no le creo nada a nadie.
Y así, convencido de saber de qué se trataba realmente la vida, me creí el mejor ¡Que tonto fui! Ellos ya estaban de pie, a la sombra, el frío se hacía intenso a esas horas del atardecer. Se pusieron sus sacos, sus galeras, tomaron sus bastones, y se marcharon a paso lento hacia el oeste, mientras el sol caía. La cómica silueta de sus cuerpos se recortaba frente al intenso reflejo del ocaso. Una vez más se habían salido con la suya. Quizá por su gran poder intimidante, tal vez por mi cobardía intimidada.
Me quedé allí un rato más y luego entré a mi pequeña cueva. La mentira había triunfado una vez más sobre la tierra. La noche bailaba a esas horas, mientras yo, acostado y apoyando mi cabeza sobre una enorme piedra, no podía dejar de pensar como pudo pasar una vez más lo mismo. Siempre metemos el pie en el mismo pozo. Es tan fácil confundir estupidez con rebeldía que, un poco desanimado y soportando los mismos autorreproches de todos los viernes, me puse a leer mis cuentos como una forma de castigo, mientras me preguntaba: “¿Hasta cuando podremos soportar la culpa de saber que pudiendo haberlo evitado, no hicimos nada?”.

2 comentarios:

Ela dijo...

y es que habeces nos cuenta entrar en accion

Anónimo dijo...

echando a perder se aprende