domingo, 26 de julio de 2009

Reflexión sobre las ATADURAS

Caí una vez más. Nuevamente me encontraba preso de una idea que bailaba en mi mente. No dejaba de seducirme, se acercaba, se alejaba, pero no desaparecía. Estaba ahí, nunca dejaba de hacerlo. Acariciaba mis dedos, mis letras. Jugaba, creaba pensamientos genuinos, se escondía en frases hechas, nunca me abandonaba. Me obligó así a sentarme y, de una vez por todas, sacarla a la luz, hacerla ser.
Todos estamos atados a algo, me dijo al oído aquella tarde. Amarrados a personas, objetos, pensamientos; vivimos y, así, morimos. Es una evidencia.
Sogas invisibles nos sujetan, y allí nos quedamos. Encadenamientos que nos demuestran todo el tiempo hasta que punto somos realmente libres, y hasta que punto estamos condenados a no poder atravesar cientos límites.
Atados a recuerdos, algunas personas se olvidan de vivir, se encierran en ese pasado, pretérito imperfecto, en situaciones que ya fueron y que ahora ya no son. No pueden hacer su presente, seguir escribiendo su historia. Es ese nudo el que los obligó a guardar el lápiz y les robó el futuro. Cierran sus ojos, no ven lo que los rodea. Están aferrados a objetos, elementos que los remontan a aquellas épocas. Fotos, cartas, amuletos, canciones. Sin dudas han rechazado todo, nada les interesa excepto aquel tiempo anterior, donde solo reconocen haber sido felices.
Otros están amarrados a ciertas sustancias que permiten que su sangre siga corriendo, que su corazón siga latiendo. Una especie de prótesis tóxica les quita el sufrimiento existencial, los completa, les permite vivir, pero por otro lado los cosifica, los convierte en estatuas y les arranca las esperanzas, matándolos. Sustancias que hacen de pañuelo que seca sus lágrimas y a la vez de jaula, cortándole los pasos y quitándole sentido y dirección a su marcha; abrazos que consuelan y a la vez manos que tapan sus bocas, enmudeciéndolos.
También hay gente sujetada a lugares y a personas, fijándoles un radio, un área donde pueden moverse. Están pegados a ese sitio de una manera tan radical que no pueden ver el mundo, no lo conocen, no saben que hay del otro lado del río. Depende incondicionalmente de la presencia de esos otros, que les dan tranquilidad; y la soledad es su peor enemiga, su miedo más grande. Esos rostros familiarizados les devuelven la paz, la seguridad, la estabilidad. Su aire por lo general está viciado, pero prefieren eso a lo desconocido. No pueden renunciar a lo viejo y aferrarse verdaderamente a lo nuevo. No hay lugar para personas nuevas en sus vidas.
Pero además de estos casos típicos y cotidianos, existe una clase de amarrados que, a diferencia de los otros, quieren liberarse. Están oprimidos, ocultos. Son aquellos que están amarrados a su condición, ella les marca sus límites constantemente, es más, ellos viven y mueren en el límite, no pueden salirse allí: están limitados desde el principio. Amarrados a la pobreza, a la miseria más aguda que alguien puede llegar a imaginarse. Conocen el hambre, algo que muchos de nosotros jamás sentimos (no hambre en el sentido de que hace más de 6 horas que no comen nada… hambre en el sentido de una persona que padece la falta de alimento constante). No tienen nada, y ese es su dilema. Están envueltos en la ausencia, en la carencia total. Es la peor de todas las ataduras. Anudados a la indigencia son enterrados vivos, tachados de la sociedad, y mantenidos en las sombras. Su existir está ceñido por el este infierno al que fueron lanzados, algunos desde antes de nacer. Quieren soltarse de su prisión, por supuesto, dejar de ser eso que muchos ojos no quieren ver: los villeros, los negros, los cabezas; recuperar su dignidad y su orgullo, empeñados por un par de monedas en la primera limosna que pidieron. Están presos de todo ello, de la injusticia que los ha deshumanizado, que aquel que compró sus almas y los convirtió en fichas de ajedrez, haciendo especulaciones y jugando con sus cuerpos, acomodándolos acá o allá, según su conveniencia.
Es una realidad. Todos, sin dudas estamos atados, esposados a muchísimas cosas más: creencias, ideales, deseos, hábitos, etc. Y depende de nosotros, y solo de nosotros, conseguir esa libertad que nos falta, que prestamos alguna vez y que jamás nos devolvieron. Solo cortando las cadenas que nos mantienen sumergidos en el mar de la ignorancia de lo que padecemos, como seres humanos y como sociedad, podemos ser verdaderamente hombres libres, concientes y justos.

F.G.

5 comentarios:

daniela dijo...

Uff ... un texto largo y un poco difícil de entender, pero me encantan la manera en que unes las palabras (:

me gustan los textos que te dejan mil cosas para pensar después de leerlo, este es uno de esos.

un beso!

eva lluvia dijo...

Gracias por tu visita, Fer! :)

Estamos atados a muchas cosas y al mismo tiempo La libertad está en cada una de nuestras mini decisiones...

Ela dijo...

me has dejado pensando...

María dijo...

Entre toda la paja que hay en internet se encuentran pequeñas joyitas, como tu texto. Me ha encantado. Nirvana de fondo le va bien ;)
Ah!, y tambien me gusta Charly García, te leo.
Un beso. [i]Colega.[/i]

Diario de un PEaton dijo...

Hay MuChAS OCACIOnes en que los cirujanos de las desecciones esfuerzan las alegrias, mientras otras veces uno puede amanecer cada dia, pero bueno las cosas utupicas son agravios de la verdadera libertad de elegir.
un gusto leerte.