viernes, 24 de julio de 2009

Psicoanálisis y Ciencia: Saber y Verdad

Intentaré abordar las relaciones entre “el saber” y “la verdad”, tanto en el campo de la ciencia como en del psicoanálisis, y a la vez los puntos que estos tienen en común, y aquello en los cuales difieren.
En “La ciencia y la verdad”, Lacan comienza haciendo referencia al estatuto del sujeto en el psicoanálisis, al estado de escisión, de “spaltung” de ese sujeto que el psicoanalista detecta en su praxis. Ese sujeto no es otro que el sujeto de la ciencia, va a sostener inmediatamente, es aquel que funda Descartes en la formulación del Cógito. A partir de ello, fundamenta la imposibilidad del pensar al psicoanálisis como práctica y el inconciente freudiano como descubrimiento, antes del nacimiento, en el siglo XVII, de la ciencia. Y contrariamente a lo que suele pensarse como una pretendida ruptura de Freud con el cientificismo de su época, es ese mismo cientificismo el que lo condujo a abrir la vía que lleva para siempre su nombre. Esa vía no se desprendió nunca de los ideales del cientificismo, y es por ello justamente que el psicoanálisis conserva su crédito.
Sostener que el sujeto sobre el cual operamos en psicoanálisis no es otro sino el “sujeto de la ciencia”, es decir que el sujeto que inaugura Descartes rechazando todos los saberes existentes, guiado por el proceso de la duda metódica, vacío de contenidos psíquicos, vaciado de representaciones y despojado de cualidades, es homólogo al sujeto freudiano.
Morel (en “Ciencia y Psicoanálisis”), al respecto, sostiene que la ciencia se ocupa de hallar saber en lo real, y luego de operar con ese saber sobre lo real. Hay una dialéctica entre el hallazgo y la operatividad. Basta con pensar en Newton cuando descubrió las leyes de la gravitación. Se trata de un saber en lo real, ya que lo real obedece hasta cierto punto a esa fórmula matemática, y ello antes de ser descubierta. Pero hay una frontera entre el saber y lo real, y esa frontera es móvil. La ciencia intenta suprimirla, y hacer coincidir todo lo real con el saber. A esa frontera abierta y móvil Lacan la llama “sujeto de la ciencia”, y caracteriza a la ciencia, entonces, como el fracaso en el esfuerzo por suturar ese sujeto. La ciencia objetiviza ese sujeto, lo rechaza en tanto se maneja con significantes puros (es decir, que no remiten a ningún sujeto), con el modelo de la física matematizada de la fórmula, y es justamente eso que se intenta eliminar lo que funda el campo del psicoanálisis.
En referencia al proceder cartesiano, Morel va a decir también que en el análisis se produce algo del mismo orden que los pasos seguidos por Descartes. El sujeto que acude al análisis rechaza como él los saberes existentes sobre su síntoma, en el que consiste su inconciente, y ese saber lo supone en Otro. Supone que ese saber existe, un poco como el científico supone saber en lo real; ésta es incluso la condición para que pueda descifrar ese saber, hacerlo existir realmente, enunciándolo. Pero, a diferencia de Descartes, ese saber referido al síntoma del sujeto no está separado de la verdad de su ser. El sujeto no puede decirse: “que el otro se quede con la verdad, yo me quedo con el saber”, ya que padece justamente de esa verdad que encarna el síntoma. La cura consiste en transformar al máximo esa verdad en saber. Pero ese saber no es universal, sino particular, ya que el inconciente no es colectivo y solo se lo puede descifrar en el dispositivo freudiano. Es más, el inconciente de un sujeto en análisis depende de su analista, del deseo de su analista; es decir, de la relación particular de éste con la experiencia. Ello implica evidentemente la no cientificidad del psicoanálisis: en la ciencia el deseo del experimentador no tiene papel alguno. La operación analítica apunta siempre a esa frontera entre saber y goce (uno de los nombres de lo real al que apunta el psicoanálisis), entre simbólico y real, donde se produce el sujeto. Mientras que la ciencia busca el modo de suturar ese sujeto, el psicoanálisis intenta hacerlo surgir.
En relación a lo anterior, Lacan en el seminario XI (en la clase I), se pregunta por el “Deseo del analista” y si esa pregunta puede quedar por fuera de los límites del campo del psicoanálisis, como en efecto pasa en la ciencia, donde nadie se pregunta nada respecto del deseo del físico, por ejemplo. Inmediatamente se responde que no, y hace referencia a lo que él llama “el pecado original del análisis”, el deseo del propio Freud, el hecho de que algo en Freud nunca fue analizado. Se trata del origen, es decir, saber mediante que privilegio encontró el deseo de Freud, en el campo de la experiencia que designa como el inconciente, la puerta de entrada. Sostiene que para que el análisis se mantenga en pie es esencial remontarse al origen.
Oscar Masotta, en el prólogo del seminario XI (los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis), explica que Lacan convirtió en un sostenido trabajo de enseñanza (más de 20 años de seminarios) la indagación de los fundamentos freudianos, convirtiéndolos en motivo de una tarea interminable, cuestionar y poner en vilo lo que detractores de entonces y siempre dan por hecho consumado: el lugar del psicoanalista. Sostiene, entonces, que hablar del deseo del analista no se lo debe entender solamente como el hecho de que la noción de transferencia debe ser replanteada de manera radical, sino que el lugar del analista (imposible, como el del político y el educador) no debe cesar de ser cuestionado.
Para ir terminando, en “La ciencia y la verdad”, Lacan llama la atención sobre el hecho de que la ciencia no tiene memoria. Olvida las peripecias de las que ha nacido cuando está constituida.
En relación con esto y echando luz sobre la ética de la ciencia y la del psicoanálisis, Oscar Sawicke, en “La ciencia y la segregación del inconciente”, define a la ciencia como el avance del saber en terrenos desconocidos, ampliando sus horizontes y otorgando al hombre mayor conocimiento y poder. Así, los adelantos científicos producen un continuo mejoramiento del nivel y la calidad de vida de los hombres, y sus conceptos se vinculan a la orientación científica que determina una ética. El hombre se define en términos de igualdad, equivalente de normalidad, y la homologación de la biología con lo humano es fundamental, es el principio que rige la formación científica, en especial la formación médica. Entonces, la ciencia es la acumulación del saber cada vez más extendido, y quizás a pesar de él, da origen a una generalización, transformándose en equivalente de la verdad, alejado de su origen. Por otro lado, el descubrimiento freudiano, el inconciente, introduce un principio ético diferente, que soporta una concepción del saber diferente. Es una práctica que admite la diferencia absoluta de los hombres. Su saber no es equivalente de la verdad ni busca la construcción de un universal. Los hombres son diferentes, y sus historias determinan esta diferencia. El psicoanálisis interroga el hablar del sujeto implementando un saber articulado con la palabra. El sujeto será definido así por lo que de él se escucha, en su hablar. Es una posición ética que diferencia el saber y la verdad desde el decir del sujeto, realidad simbólica, fantasmática y no fáctica. El hombre establece una relación con la realidad mediatizada por el lenguaje. Ya no es un ser viviente a secas, no es, por fuera de los efectos del lenguaje.
El inconciente freudiano es esa verdad que no puede ser toda dicha. Dice de un saber diferente de la verdad. Sabe de una verdad imposible, y establece que una verdad nueva advenga, en singular. Discurso del sujeto que soporta el principio de no identidad, de división del sujeto, de imposible.

F.G.

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