martes, 30 de septiembre de 2008

El Viaje

Subí a ese colectivo. El sol quemaba. La humedad… mataba. Las caras de ellos, con una marca de amargura terrible, me lo decían todo. Ni siquiera notaban mi presencia, ahogados en sus pensamientos, viajaban quietos, apretados y molestos. Yo no podía dejar de observarlos, de notar la bronca y la angustia en sus rostros. Cuando menos me lo esperé, noté que una señora, grande, de avanzada edad, me observaba... de la misma manera que yo observaba al resto. Nuestras miradas se encontraron. Yo veía su rostro completamente dañado por las marcas del tiempo y a la vez esa expresión de “te agarré, pendejo… no sos el único”. Me desplacé de un lado al otro de ese pasillo lleno de cuerpos avinagrados por la injusticia de sus realidades, acercándome a ella. Me hizo señas para que me acerque mas, y cuando estábamos bien pegados me dijo:”vos sos de la generación de los hombre del futuro, nene”. Al principio me detuve, solo pensé en esa frase, esa afirmación. La miré y le dije:”Deje de mentir, doña. El futuro llegó hace tiempo, pero el hombre nuevo aún no”. Su expresión fue de asombro. Se paró con sus pocas fuerzas y con una paciencia divina se dirigió a la puerta del transporte. Volvió sus ojos hacia mi, y antes de que este de detenga saltó al vacío. Su encorvado y calloso cuerpo golpeó tan fuerte contra el asfalto que fue imposible no escuchar el estruendo. Quiso engañarme. En el fondo sabía que estaba equivocada… como todos. Y como dejar de estar equivocado? Todavía miro el desinterés en sus miradas. Todos siguieron el viaje como si nada. Yo me senté en ese asiento vacío que había dejado la vieja, me puse los auriculares y me uní a ellos. Y ella que creía que yo pertenecía a la generación de los hombres del fututo!!! Yo solo quería el asiento.

miércoles, 24 de septiembre de 2008

Über Coca

«Coca»
Sigmund Freud

Diciembre de 1884
Muchas revistas médicas norteamericanas publicaban periódicamente páginas
de traducciones de textos extranjeros. El artículo que sigue fue la primera
traducción de «Über Coca» de Sigmund Freud al inglés, pero debe tenerse en
cuenta que no es una traducción en el sentido corriente del término. Es a la vez
un resumen del artículo original y un compendio de varias fuentes. En especial
debería notarse que la opinión sobre el uso de la cocaína para el tratamiento
del morfinismo no es de Freud sino de Fleischl, y probablemente fue tomada del
artículo de E. Merck.
La planta Erythraxylon coca es cultivada en extensas áreas de Sudamérica,
sobre todo en Perú y Bolivia. Era una planta que conocieron y valoraron
altamente los conquistadores españoles del Perú. La planta estaba
estrechamente vinculada a ceremonias religiosas. Las hojas eran ofrecidas en
sacrificio a los dioses, masticadas durante la adoración, y puestas en la boca de
los muertos a fin de asegurarles una favorable acogida en el otro mundo. El
gobierno local de Lima prohibió su uso tachándolo de pagano y pecaminoso.
Pero cuando los españoles vieron que los indios no podían realizar las pesadas
tareas que les imponían en las minas si no tomaban esas hojas, suprimieron la
prohibición. Se la daban a sus trabajadores tres o cuatro veces al día, y la
costumbre ha continuado hasta nuestros días.
Los indios llevan consigo, cuando van errantes de un pueblo a otro, una bolsa
con hojas de coca, y también un frasco con cenizas de un árbol. Hacen con las
hojas una bola en la boca, la perforan con un clavo empapado de cenizas, y
después mastican la bola envolviéndola con saliva. Suelen tomar generalmente
entre cien y ciento veinte gramos al día. El hábito de masticar hojas de coca
empieza entre ellos cuando llegan a la juventud, y ya nunca lo abandonan.
Cuando tienen que emprender un viaje largo, o cuando cohabitan con sus
esposas, o hacen cualquier cosa que exija un gran esfuerzo físico, aumentan la
cantidad de hojas de coca. Hay abundantes pruebas que hablan de que los
indios son capaces de llevar a cabo los trabajos más pesados sin sentir
necesidad de comer si pueden ir mascando coca.
El uso inmoderado de la coca provoca caquexia, indigestiones, adelgazamiento
y pérdida de fuerzas, depravación mental de tipo antitético, apatía por todo. En
general se trata de un estado que recuerda mucho al que producen la morfina y
el alcoholismo. Esta caquexia de la coca siempre es resultado de su abuso. En
cambio, no se produce nunca como resultado de una desproporción entre los
trabajos realizados y la dosis tomada.
Una sustancia eficaz de las hojas de la coca es la cocaína. Este cristal tiene
sabor amargo, causa anestesia en las mucosas, es difícil de disolver en el
agua, y más fácil en alcohol y ácidos diluidos, sobre todo en el ácido clorhídrico.
Según los resultados producidos por los experimentos, la coca es, tomada en
dosis pequeñas, un estimulante. En dosis grandes paraliza los nervios, sobre
todo en animales pequeños. En las ranas produce un breve período de
estímulo, pero en seguida resulta paralizadora. Primero se atrofian las
extremidades de los nervios sensoriales, después los nervios sensoriales
mismos. Al principio la respiración se acelera, y después se detiene. El corazón
ve reducida su acción hasta llegar a un descanso diastólico. Una dosis de 2 mg
causa síntomas tóxicos. La cocaína excita en los animales de sangre caliente
los centros psíquicos y cerebrales. Los perros a los que se ha administrado
0.01 gramos de cocaína por kilogramo de peso muestran perturbaciones
maníacas, y también movimientos pendulares de la cabeza.
La cocaína causa una aceleración de la respiración, un aumento de la
frecuencia de las pulsaciones por la paralización de los nervios vago, midriasis,
aumento del peristaltismo, elevación de la presión sanguínea y disminución de
las secreciones.
El efecto que tiene la cocaína en el ser humano no es muy diferente al que
producen las hojas de coca. El autor tomó 0.05 gramos de cocaína en una
solución al 1 % cuando se encontraba cansado y con malestar. La solución
tenía al principio sabor amargo, pero pronto cambió y se hizo bastante
agradable. Al cabo de unos minutos se sintió muy alegre y a gusto. Los labios y
la lengua parecían habérsele arrugado y luego los sentía
desacostumbradamente calientes. La respiración se hizo más lenta y profunda,
se sintió cansado y somnoliento y se puso a bostezar. Notaba la mente
confusa. Después de unos minutos empezó la auténtica euforia de la cocaína,
con frecuentes eructos fríos. El pulso era al principio más lento y después más
acelerado, y con mucho calor en la cabeza.
En otras experimentaciones se encontraron eritemas, aumento de la micción,
resecamiento de las conjuntivas y de la mucosa nasal, bucal y de la garganta.
El efecto físico del cloruro de cocaína en dosis comprendidas entre 0.05 y 0.10
gramos consiste en alegría y euforia constantes. No se produce un tipo de
alegría semejante a la que da al alcohol. La persona que toma la cocaína se
siente segura de sí misma, vigorosa y activa, pero no con la excitación mental
que producen la cafeína, la teína y el alcohol, sino simplemente con una fuerza
normal y una gran capacidad de trabajo. Estos son los efectos más
maravillosos de la coca. Es posible, habiéndola ingerido, llevar a cabo los más
prolongados, persistentes e intensos trabajos mentales o musculares sin sentir
fatiga. El hambre y el sueño, tan imperativos generalmente, dejan de sentirse y
tenerse en cuenta. Cuando se ha tomado cocaína se puede comer y beber,
pero se tiene la convicción de que fácilmente se podría prescindir de ello. Se
puede también dejar de dormir, aunque, si se desea, el sueño viene sin
dificultades. En la primera fase de la ingestión de cocaína siempre se produce
insomnio, pero no es un insomnio molesto ni doloroso.
El efecto de una dosis corriente de cocaína va disminuyendo poco a poco, de
forma que resulta difícil determinar con exactitud su duración relativa. Si se
realizan trabajos muy pesados e ininterrumpidos mientras se está bajo los
efectos de la cocaína, durante períodos de cuatro o cinco horas, es necesario
repetir la dosis para evitar la fatiga. El efecto será más duradero sin embargo si
el trabajo es menos pesado. Después de que desaparece la euforia causada
por la coca no aparece ningún tipo de lasitud. El efecto de una dosis de 0.05
gramos durará veinticuatro horas.
Terapéuticamente es utilizada como estimulante siempre que se necesite
mantener un aumento de la capacidad de esfuerzo físico sin alimentos ni
descanso; así, en las guerras, viajes largos, escaladas de montaña, etc., en las
que tanto se suele valorar el alcohol, la coca es un estimulante que da muchas
más fuerzas y resulta además absolutamente inofensiva aunque se tome
durante períodos continuados. La única objeción es su alto costo.
También se recomienda la coca para personas con problemas digestivos; se
trata del correctivo de la digestión más antiguo, mejor conocido y más
recomendable. Las diversas presentaciones de la coca pueden recetarse para
dispepsias en todas sus formas, sobre todo las producidas por casos de
debilidad general. Con dosis pequeñas de cocaína (de 0.025 a 0.05 gramos) se
logra hacer desaparecer la indigestión, la lasitud, y la incapacidad de trabajar.
También ha sido recetada y ha obtenido buenos resultados en casos de
caquexia y sífilis, así como en casos de morfinismo y alcoholismo: esta
considerada como un antídoto total contra la morfina. Y ha demostrado también
ser muy beneficiosa en trastornos de tipo asmático.
Por encima de todo se han descubierto los efectos anestésicos locales del
cloruro de cocaína en la oftalmología, y este hecho ha sido confirmado por
oculistas tanto europeos como norteamericanos.
El profesor Fleischl. de Viena ha confirmado que el cloruro de cocaína es
valiosísimo, utilizado mediante inyecciones subcutáneas, para tratar el
morfinismo (de 0.05 a 0.15 gramos disueltos en agua). Se utiliza la técnica de
reducir gradualmente las dosis de morfina e ir elevando paralelamente las de
cocaína. Si se quiere producir una abstinencia brusca de morfina es necesario
aumentar la dosis de cocaína hasta llegar a inyecciones de 0.1 gramos. Gracias
a ella es posible prescindir totalmente de los asilos para alcohólicos; se puede
conseguir una curación radical en diez días inyectando 0.1 gramos de cocaína
tres veces al día.
Después de excesos en comida o bebida, la cocaína restablece la buena
digestión mejor que ningún otro preparado. Una dosis entre 0.025 y 0.05
gramos bastara para ello.

lunes, 22 de septiembre de 2008

EL VIEJO y LA "NADA POR AMOR"

¿Qué pasó?
Demasiado tiempo pensando una respuesta para que un viejo me conteste con algo que yo consideraba un “imposible”, diciéndome: “…nada.”… La pregunta es compleja, si uno quiere. Se sabe que cuando el ser humano se enamora es capaz de hacer cualquier cosa, o por lo menos eso pensaba yo, sin embargo aquel hombre de experiencia logró demostrarme algo que esa actitud del enamorado es la puerta de entrada a una vida de sufrimiento.
¿Qué serías capaz de hacer por amor?
Esa era la cuestión ¿se podía hacer algo? Las respuestas más comunes que se me venían a la mente eran “no lo sé” o “todo”, pero el viejo me había dicho “nada” ¿Nada? ¿Cómo es posible tal respuesta? Voy a empezar desde el principio, para que se pueda entender.
¿Cómo fue?
El sol caía en la ciudad, la temperatura era agradable y yo no tenía nada que hacer. Caminé un poco por la ciudad y luego me senté en el banco de una plaza a mirar un poco a la gente, disfrutar del paisaje y poder pensar alguna respuesta a esa pregunta que me quitaba el sueño. De pronto, una sombra se recortó desde el ocaso, era el contorno de un cuerpo marcado por los años, un tanto encorvado y con movimientos lentos y poco precisos. Así, en cuestión de minutos tuve a ese hombre sentado en la otra punta del banco placero. Tenía la vista perdida, como si mirara sin mirar. Yo lo observaba desde el otro extremo, pero él parecía no saber que había alguien más allí. Sacó, de uno de los bolsillos de su saco, una pipa que más tarde comenzó a fumar. Tenía algo extraño, algo que uno no percibe en el común de la gente. No pude evitarlo, en un momento tomé uno de mis cigarros y le pedí fuego, como para poder sacarle algún tema de conversación. Lo encendí y él enseguida me miró como para decirme algo, pero no soltó palabra alguna.
¿Señor, me convidaría fuego, por favor?
Fueron mis palabras. El viejo se hizo el sordo al principio, pero después se dio cuenta de que a mí no podía engañarme. Allí estábamos, los dos despidiendo humo en aquel atardecer. Conversamos un poco, pero nada relevante, pavadas sobre todo. Sin embargo, cuando entramos un poco en confianza no pude evitar hacerle la pregunta a la cual no podía encontrarle una verdadera respuesta.
¿Qué sería capaz de hacer un hombre por amor? ¿Qué sería capaz de hacer usted por amor? Le dije. Su respuesta fue: “…nada.”
¿Cómo nada? Lo increpé. Era algo que realmente no esperaba y necesitaba una explicación de inmediato. Así, el viejo me contó una historia de su juventud como argumento a su respuesta. Yo lo escuché muy atento, mientras ambos seguíamos quemando y tirando humo.
¿Qué historia contó el viejo?
Este hombre, cuando era joven, pertenecía al ejército. Era soldado raso. Debido a que su familia era muy pobre ingresó al ejército en busca de algún buen futuro. Un día conoció a una muchacha y se enamoró profundamente, sin saber que aquella hermosa dama era la hija del coronel. Se encontraban una vez por mes y él le leía los poemas que escribía cuando pensaba en ella, entre otras cosas. Después de varios encuentros, él le dijo que tenía grandes deseos de ser su novio, de casarse y vivir el resto de su vida junto a ella. La chica le confesó que deseaba lo mismo, pero que necesitaba saber si su amor era real y sincero o estaba con ella por su dinero y posición social. Le pidió, entonces, una prueba de amor: tendría que pasar 100 días y 100 noches bajo su ventana. Para demostrar su amor, allí fue él y se sentó a esperar, sabiendo que después de esos 100 amaneceres se casaría con su amada.
¿Y que pasó?
Esperó sentado allí, pasando hambre, frío, miseria, calor y soledad, entre otras cosas. Sin embargo, la noche número 99 se paró y se fue. Ella jamás se asomó por la ventana a ver si estaba bien, nunca le llevó un vaso de agua, prácticamente no se molestó ni demostró interés. Se dio cuenta de que ella realmente no lo amaba como sí lo hacía él. Si ella realmente lo hubiera hecho, al 3er día ya se hubieran casado o ni siquiera hubiera hecho falta esa “prueba de amor”. Así que, por más que al día siguiente se iban a casar, él se fue. No soportaría vivir el resto de su vida con una persona que no lo ama. Y nunca más la volvió a ver.
¿Qué más dijo el viejo?
Además de su gran historia, el viejo me dijo que el amor debe ser correspondido y que no hay que hacer “nada” por amor, simplemente amar. Aparte de desear con locura a la otra persona hay que estar seguro de que esa persona también nos desea. No hay nada más insoportable que querer a alguien que no nos quiere.
¿Y después?
El viejo se paró con lentitud, pero sin dificultad y con pasos lentos y cortos se fue perdiendo en la oscuridad de lo que ahora era la noche. Yo me quedé pensando mientras prendía otro de mis cigarros.

FER!

sábado, 6 de septiembre de 2008

Delincuencia y Vandalismo

Hace días que vienen dando vueltas en mis pensamientos ideas sobre la delincuencia y el vandalismo. Muchísimas preguntas surgen, y a su vez emergen diferentes respuestas posibles. Voy a intentar, en este pequeño escrito, ordenar de alguna manera mis pensamientos y poder obtener alguna reflexión.
Estas preocupaciones surgieron cuando vi por televisión los medios de transporte público de una ciudad en China. Las comparaciones con los medios de transporte público de nuestro país son realmente fuertes. El desarrollo tecnológico y la adecuación del servicio chino lo hacen totalmente eficaz y confortable, a pesar de que aquella ciudad oriental tiene la misma cantidad de habitantes que nuestro país. Los pisos de las terminales de colectivos y las estaciones de trenes son totalmente brillantes y limpios, los horarios de llegada y salida son exactos (en sentido literal) y la atención a las personas que utilizan el servicio es excelente. Nuestros trenes, en cambio, son aquellos que erradicaron de alguna parte del mundo híper desarrollada y para no hacer un museo con chatarra nos los vendieron. Nuestras estaciones de trenes y nuestras terminales son un desastre, la mugre inunda todos los rincones, el tren o el colectivo no respeta ningún horario, las condiciones de seguridad mínima para los pasajeros no están garantizadas, la atención es muy mala, la cantidad de medios de transporte no son suficientes para la cantidad de individuos que los utilizan y algunos de ellos se caen a pedazos o apenas funcionan.
Sin embargo, creo que por más que mañana venga una “mano mágica” e instale los medios de transporte público chinos en nuestro país, al poco tiempo todo estaría en las mismas condiciones que ahora. Es verdad que no hay políticas de estado para mejorar los servicios públicos, pero también es verdad que la gente no cuida lo poco y de mala calidad que hay. Si alguien puede robar y llevarse algo a su casa como souvenir del viaje (por más que no le sirva para nada), lo va a hacer; y en su defecto, si no puede hacerlo, lo va a romper.
Es en este punto donde surgen mis preguntas por el vandalismo, considerándolo como el acto de romper, dañar o destruir algo (por lo general de orden público) sin un sentido lógico, simplemente “porque sí”. Lo primero que hice fue pedirle una respuesta a la ciencia humana por excelencia: el psicoanálisis. La teoría freudiana me respondió de una manera algo compleja para la gente que no pertenece a este campo, pero algo sencilla, de alguna manera, para entendidos. Según esta postura, hay un tipo particular de pulsión, a la que denomina “pulsión de muerte” y que busca la autodestrucción del individuo y una tendencia a llevarlo a lo inorgánico. Dominada por ciertos influjos y ayudada por la musculatura del cuerpo, esta pulsión es volcada hacia fuera expresada como “pulsión de destrucción”.
En síntesis, y para ser claro, desde la postura psicoanalítica el vandalismo sería considerado como algo inherente al hombre mismo, algo que no se aprehende ni se enseña, está gobernado por las pasiones mas profundas, bajas e instintivas, de alguna manera, del ser. Esta respuesta me ayudó, pero no me alcanzó. Fue necesaria, en algún punto, aunque no suficiente. Para caracterizar el vandalismo se me ocurre que puedo denominarlo ahora como el acto de romper, dañar o destruir algo, sin intervención de la razón ni de la conciencia del efecto del acto como causa. Un buen ejemplo puede ser el de un grupo de jóvenes que destruyen una cabina telefónica, un domingo por la madrugada, después de haber salido del boliche donde fueron a bailar. Se puede decir que no hay razones que justifiquen el acto, no hay meta y tampoco hay finalidad. Una nueva conclusión puede ser así: el acto de destrucción característico del vandalismo tiene como meta y finalidad el propio acto.
Una comparación que puede servir de mucha ayuda es la del vandalismo con el fenómeno de la delincuencia. Desde un punto de vista son considerados como fenómenos hermanos, como muy parecidos o como lo mismo. Tienen muchas cosas en común: están presentes en todas las clases sociales, aunque en mayor o menor medida, es así; se presentan en personas que jamás pisaron una escuela, como en universitarios e intelectuales prestigiosos; y son problemas sociales de muchísimos países del mundo, sin importar raza, ni religión, ni color.
Algunos sostienen que el pobre es el delincuente. Según prejuicios sociales, “son pobres porque no les gusta trabajar” y, entonces, por eso roban. Otros, sin embargo, sostienen que los ricos son los que roban, es decir “son ricos, justamente, porque roban”, nadie que tenga un trabajo digno y pague religiosamente todos sus impuestos puede ser rico si no es robando.
Otras teorías sostienen que todo está basado en la educación, aunque la realidad nos muestra que no es así. Personas que han estudiado en los mejores colegios del mundo, intelectuales reconocidos y grandes genios pensadores, son los individuos que han encabezado las masacres más grandes de la historia de la humanidad, donde no hay ningún ideal que pueda justificar tales actos.
Para terminar, me gustaría echarle un vistazo a las soluciones “brillantes y lúcidas” que plantea el estado para terminar con estos problemas. Frente a la pregunta “¿Cómo hacemos para terminar con el vandalismo y la delincuencia?” el estado plantea duplicar o triplicar las penas correspondientes a los delitos y, como en muchas ocasiones los individuos son menores de edad, en consecuencia, jurídicamente inimputables, también se propone hacer descender la edad de imputabilidad penal. Solo a un grupo de necios y estúpidos pueden proponer eso. Cuando alguien sale a delinquir, no se pone a sacar cuentas de cual es la pena de cárcel que le puede dar el juez o si a su edad es jurídicamente imputable. El delincuente o el vándalo piensa y cree que nadie lo va a agarrar, de lo contrario, no lo haría. Es una condición psicológica necesaria que el delincuente esté convencido de que la policía no lo va a detener para que sea posible su acción. Son actos no mediados por la razón, no hay una proyección del futuro, una meta por cumplir a largo plazo, ni una determinación clara entre medios y fines.
Como siempre sostengo, no digo que estoy hablando de verdades absolutas, simplemente de planteos que parecen más adecuados que otros. Tenemos un estado que está a la vanguardia de la NADA, no quiero que se interprete algo que no es, pero ni siquiera hay voluntad, ni seriedad, ni compromiso.
Los problemas planteados no son sencillos y no me animo a presentar una posible solución a los mismos, aunque quizás en posibles trabajos lo intente. Grandes problemas merecen, además de grandes soluciones, una gran dedicación.