lunes, 22 de septiembre de 2008

EL VIEJO y LA "NADA POR AMOR"

¿Qué pasó?
Demasiado tiempo pensando una respuesta para que un viejo me conteste con algo que yo consideraba un “imposible”, diciéndome: “…nada.”… La pregunta es compleja, si uno quiere. Se sabe que cuando el ser humano se enamora es capaz de hacer cualquier cosa, o por lo menos eso pensaba yo, sin embargo aquel hombre de experiencia logró demostrarme algo que esa actitud del enamorado es la puerta de entrada a una vida de sufrimiento.
¿Qué serías capaz de hacer por amor?
Esa era la cuestión ¿se podía hacer algo? Las respuestas más comunes que se me venían a la mente eran “no lo sé” o “todo”, pero el viejo me había dicho “nada” ¿Nada? ¿Cómo es posible tal respuesta? Voy a empezar desde el principio, para que se pueda entender.
¿Cómo fue?
El sol caía en la ciudad, la temperatura era agradable y yo no tenía nada que hacer. Caminé un poco por la ciudad y luego me senté en el banco de una plaza a mirar un poco a la gente, disfrutar del paisaje y poder pensar alguna respuesta a esa pregunta que me quitaba el sueño. De pronto, una sombra se recortó desde el ocaso, era el contorno de un cuerpo marcado por los años, un tanto encorvado y con movimientos lentos y poco precisos. Así, en cuestión de minutos tuve a ese hombre sentado en la otra punta del banco placero. Tenía la vista perdida, como si mirara sin mirar. Yo lo observaba desde el otro extremo, pero él parecía no saber que había alguien más allí. Sacó, de uno de los bolsillos de su saco, una pipa que más tarde comenzó a fumar. Tenía algo extraño, algo que uno no percibe en el común de la gente. No pude evitarlo, en un momento tomé uno de mis cigarros y le pedí fuego, como para poder sacarle algún tema de conversación. Lo encendí y él enseguida me miró como para decirme algo, pero no soltó palabra alguna.
¿Señor, me convidaría fuego, por favor?
Fueron mis palabras. El viejo se hizo el sordo al principio, pero después se dio cuenta de que a mí no podía engañarme. Allí estábamos, los dos despidiendo humo en aquel atardecer. Conversamos un poco, pero nada relevante, pavadas sobre todo. Sin embargo, cuando entramos un poco en confianza no pude evitar hacerle la pregunta a la cual no podía encontrarle una verdadera respuesta.
¿Qué sería capaz de hacer un hombre por amor? ¿Qué sería capaz de hacer usted por amor? Le dije. Su respuesta fue: “…nada.”
¿Cómo nada? Lo increpé. Era algo que realmente no esperaba y necesitaba una explicación de inmediato. Así, el viejo me contó una historia de su juventud como argumento a su respuesta. Yo lo escuché muy atento, mientras ambos seguíamos quemando y tirando humo.
¿Qué historia contó el viejo?
Este hombre, cuando era joven, pertenecía al ejército. Era soldado raso. Debido a que su familia era muy pobre ingresó al ejército en busca de algún buen futuro. Un día conoció a una muchacha y se enamoró profundamente, sin saber que aquella hermosa dama era la hija del coronel. Se encontraban una vez por mes y él le leía los poemas que escribía cuando pensaba en ella, entre otras cosas. Después de varios encuentros, él le dijo que tenía grandes deseos de ser su novio, de casarse y vivir el resto de su vida junto a ella. La chica le confesó que deseaba lo mismo, pero que necesitaba saber si su amor era real y sincero o estaba con ella por su dinero y posición social. Le pidió, entonces, una prueba de amor: tendría que pasar 100 días y 100 noches bajo su ventana. Para demostrar su amor, allí fue él y se sentó a esperar, sabiendo que después de esos 100 amaneceres se casaría con su amada.
¿Y que pasó?
Esperó sentado allí, pasando hambre, frío, miseria, calor y soledad, entre otras cosas. Sin embargo, la noche número 99 se paró y se fue. Ella jamás se asomó por la ventana a ver si estaba bien, nunca le llevó un vaso de agua, prácticamente no se molestó ni demostró interés. Se dio cuenta de que ella realmente no lo amaba como sí lo hacía él. Si ella realmente lo hubiera hecho, al 3er día ya se hubieran casado o ni siquiera hubiera hecho falta esa “prueba de amor”. Así que, por más que al día siguiente se iban a casar, él se fue. No soportaría vivir el resto de su vida con una persona que no lo ama. Y nunca más la volvió a ver.
¿Qué más dijo el viejo?
Además de su gran historia, el viejo me dijo que el amor debe ser correspondido y que no hay que hacer “nada” por amor, simplemente amar. Aparte de desear con locura a la otra persona hay que estar seguro de que esa persona también nos desea. No hay nada más insoportable que querer a alguien que no nos quiere.
¿Y después?
El viejo se paró con lentitud, pero sin dificultad y con pasos lentos y cortos se fue perdiendo en la oscuridad de lo que ahora era la noche. Yo me quedé pensando mientras prendía otro de mis cigarros.

FER!

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me agradó el texto y no pude dejar de sentirme identificada. Cuanta verdad hay en esto "No hay nada más insoportable que querer a alguien que no nos quiere.". Saludos Fer, muy bueno el blog


Beth

Anónimo dijo...

muy bueno!