martes, 20 de julio de 2010

¿Será que el tiempo nos vuelve desconfiados?

.
.
.
¿Será que el tiempo nos vuelve desconfiados?
.
.
.
Pero ahí están. Siempre. El sol recorta sus siluetas a lo lejos, escucho sus gritos, sus risas, me están llamando; y allá voy yo, esquivando manzanas que, como proyectiles, vienen hacia mí; refugiándome entre árboles manzaneros y perales de alguna chacra vieja.
Después bailamos alrededor de un fuego tímido que quiere hacerse el incontrolable, hecho con palos, ramas secas y cualquier cosa que hubiera por ahí que se pueda quemar. No nos molesta el olor a humo, ni el barro y la mugre, ni nada. Construimos clubes, como edificios de arquitectura fantástica, perfectamente diseñados y levantados sobre cualquier álamo que nos regale una forma perfecta para ello.
Recorriendo la maravillosa “Formosa” como locos, como chiflados, en medio de un griterío, y enredados entre los cables los walkman; jugando a la bolita, y sintiendo la adrenalina de las escondidas hasta horas nocturnas impensadas, sin sentir el frío que hoy seguramente no soportaríamos; descubrimos el humo blanco de nuestra respiración agitada, aliento que se congelaba, que de a poco, con el paso de los años, se fue volviendo humo de tabaco y otras porquerías; y así crecimos juntos.
Y, añejados en la cotidianeidad, nos percatamos que hicimos “mancha con mancha”, y que ya no vale el “¡piedra libre para todos mis compañeros!”. Comenzamos a sentirnos un poco más solos en el desamparo de un mundo que logró que olvidáramos lo verdaderamente importante.
Las distancias fueron dibujando mapas. Ya no estamos en aquella cuadra patagónica y mágica, verde en las primaveras y amarilla en los otoños, que corrimos hasta el cansancio, de esquina a esquina; donde nos caímos, nos golpeamos, nos peleamos, y nos volvimos a amigar, como si nada hubiera pasado. Despacio, pero insistente, detrás de aquellas esquinas misteriosas, la vida levantó cielos que, temerosos, soñamos volar con alas de súper héroe.
Hoy, en tierras litoraleñas, en el ocaso del silencio, en la más putrefacta soledad, escucho el ruido del motor de una heladera que sufre cada vez que quiere arrancar, y el humo de un cigarro a medio terminar, me dibuja viejos recuerdos en el húmedo aire que se pasea por la habitación. Y pienso: “El mundo apesta”.
Sólo sé que daría todo, absolutamente todo, por volver a ser niño, y vivir uno de esos días de verano en mi barrio sureño; donde lo único que importaba era jugar y descubrir qué nos regalaría el día, donde salteábamos el desayuno en el apuro de volvernos a juntar. Y así pasábamos la jornada, aunque únicamente fuera pateando una pelota vieja, o sentados en el cordón de la vereda hasta que caía la noche.
Quizás allí radica la explicación. Simplemente, porque el tiempo no nos dio lo que nos prometió de chicos nos fuimos volviendo desconfiados.
Y sólo pienso en eso, muchachos.
Si hay algo en este misterioso universo que la vida me dio, fue amigos que no tienen precio, amigos que están cerca por más que miles de kilómetros nos separen, porque los llevo en mi corazón. Esas personas a las que puedo pasar meses sin verlas, y que al reencontrarlos sé que nada se perdió, que todo sigue igual que antes, como si hubiese sido ayer que nos vimos, antes de que nuestras mamás nos llamen a cenar.
Si un amigo es una misma alma que habita dos cuerpos, estoy seguro que comparto mi alma con unos seres, y los digo cada vez más convencido, de otro planeta, únicos.
Y así se despidió el profeta, diciendo: “Nunca dejes de mirar hacia el sur, allí está el tesoro, allí están tus amigos”.

A mis amigos.

1 comentario:

Aye! dijo...

Creo que la gente que sigue manteniendo sus amigos de hace mas de 10 años atrás debe sentir lo mismo, por eso me siento muy identificada, y puedo decir orgullosa que los míos nunca se fueron y que creo, después de 15 años de amistad, se van a seguir quedando conmigo. =)
Me encantó este relato Fer <3