jueves, 12 de enero de 2017

Hasta Ayer

La muchacha de mis cuentos es de ese estilo de musas que te agarran de los pelos y te revuelcan inmediatamente por algún papel. No tiene sentido aclarar, entonces, que comencé este pequeño escrito sobre el reverso de un folleto publicitario de una empresa distribuidora de sodas y gaseosas. Las manos se agitaban, las palabras chocaban en todos los vértices del cuerpo. No era la primera vez que me sucedía algo así, pero sí había pasado mucho tiempo sin experimentar la sensación, el afecto en la carne, en la piel. Fueron muchos años sin estos destellos. Parecía la primera vez. Con la muchacha de mis cuentos, siempre es la primera vez. Ayer es la primera vez.
            La perdí una incontable cantidad de veces, incluso en mi afán por retenerla. Ella es fugaz, evanescente. Sufrí hasta que comprendí el modo, la lógica, su esencia. Fue así, que en alguna de aquellas ocasiones que la perdí, también me perdí yo. Me fui. Caí. El mundo es un laberinto del que sólo se sale por arriba, como dicen. Bueno, yo salí y nunca más pude volver a entrar. Hasta ayer. En el camino, fui seducido por musas de poco valor inspirativo. Ofrecían sus encantos, su tiempo, sus almas. Me ofrecieron espejitos de colores, y yo les compré. Fueron mentiras hermosas. Disfruté cada una de ellas como si fueran verdades máximas. Me distraje, y así pasaron años. Nunca me percaté del opaco color del cielo y de las rosas. No volví a escribir hasta ayer.
            En algunos momentos del viaje, me detuve a extrañarla. Fantaseé. La recordé a ella y todas sus consecuencias. Pero continué, como continúa el cauce del río, sin preguntarse demasiado a donde va, porque ya lo sabe. La locura, el ruido, el desamor, las malas costumbres, el tabaco, el maquillaje, entre otras cosas, fueron teniendo lugar, cada vez más lugar. Muchísimo lugar para algunas cosas, y poco para otras. El mundo no es simétrico, y nosotros cooperamos con ello. Sin embargo, el destino, la casualidad, el camino, quién sabe porqué, hizo que nos cruzáramos. El deseo que pregoné en mi último cuento se concretó: volverla a ver. Todo era de una manera, hasta ayer.
            Su cabello caoba, sus ojitos, su sonrisa. Sus pecas, su rebeldía y su picardía. Ella, toda entera: que placer. Registré cada momento del encuentro, cada detalle, cada rasgo, cada gesto. La tensión entre nuestros cuerpos, vestidos. El erotismo que cargaba cada una de nuestras miradas al cruzarse. La simpleza de algo que es muy potente, pero que no tiene nombre. Lo imposible. La ridiculez de perder las oportunidades por miedo a perderla a ella. El constante abatimiento por evitar lo inevitable.
            La cordillera y yo ardiendo. Nuestros regalos. Rosario. Los chicos. Todo se enhebraba, juntos reconstruíamos aquel pasado. Éramos nosotros, lo comprobamos todo el tiempo. Nos devoramos en silencio, y lo disimulamos muy bien. Nos tentamos, pero siempre con un gran manto de cordialidad. Qué espanto. Siempre igual. Ella sigue intacta, es como el vino, como la guitarra, como las mejores cosas del universo: el tiempo le sienta bien, muy bien. Incluso hoy me gusta más que ayer.

            Nos despedimos, como quien sólo se va. No quería irme, es la verdad. Fueron un par de horas, pero podrían haber sido años. Sin embargo, lo bueno dura poco si no se lo cuida. Nunca me gustó pensar que todo tiempo pasado fue mejor, pero esta vez sí estoy un poco de acuerdo con ello. Y cómo alguna vez deseé volverla a ver y así fue, hoy espero más mañanas como ayer. 

1 comentario:

Anónimo dijo...

yo casi sin palabras y vos prestándome las tuyas! gracias por tanta magia! tqm