La muchacha de mis cuentos es de ese estilo de musas
que te agarran de los pelos y te revuelcan inmediatamente por algún papel. No
tiene sentido aclarar, entonces, que comencé este pequeño escrito sobre el reverso de un folleto publicitario de una empresa distribuidora de sodas y
gaseosas. Las manos se agitaban, las palabras chocaban en todos los vértices
del cuerpo. No era la primera vez que me sucedía algo así, pero sí había pasado
mucho tiempo sin experimentar la sensación, el afecto en la carne, en la piel.
Fueron muchos años sin estos destellos. Parecía la primera vez. Con la muchacha
de mis cuentos, siempre es la primera vez. Ayer es la primera vez.
La perdí una
incontable cantidad de veces, incluso en mi afán por retenerla. Ella es fugaz,
evanescente. Sufrí hasta que comprendí el modo, la lógica, su esencia. Fue así,
que en alguna de aquellas ocasiones que la perdí, también me perdí yo. Me fui.
Caí. El mundo es un laberinto del que sólo se sale por arriba, como dicen. Bueno,
yo salí y nunca más pude volver a entrar. Hasta ayer. En el camino, fui
seducido por musas de poco valor inspirativo. Ofrecían sus encantos, su tiempo,
sus almas. Me ofrecieron espejitos de colores, y yo les compré. Fueron mentiras
hermosas. Disfruté cada una de ellas como si fueran verdades máximas. Me
distraje, y así pasaron años. Nunca me percaté del opaco color del cielo y de
las rosas. No volví a escribir hasta ayer.
En algunos momentos
del viaje, me detuve a extrañarla. Fantaseé. La recordé a ella y todas sus
consecuencias. Pero continué, como continúa el cauce del río, sin preguntarse
demasiado a donde va, porque ya lo sabe. La locura, el ruido, el desamor, las
malas costumbres, el tabaco, el maquillaje, entre otras cosas, fueron teniendo
lugar, cada vez más lugar. Muchísimo lugar para algunas cosas, y poco para otras.
El mundo no es simétrico, y nosotros cooperamos con ello. Sin embargo, el
destino, la casualidad, el camino, quién sabe porqué, hizo que nos cruzáramos.
El deseo que pregoné en mi último cuento se concretó: volverla a ver. Todo era
de una manera, hasta ayer.
Su cabello caoba, sus
ojitos, su sonrisa. Sus pecas, su rebeldía y su picardía. Ella, toda entera:
que placer. Registré cada momento del encuentro, cada detalle, cada rasgo, cada
gesto. La tensión entre nuestros cuerpos, vestidos. El erotismo que cargaba
cada una de nuestras miradas al cruzarse. La simpleza de algo que es muy
potente, pero que no tiene nombre. Lo imposible. La ridiculez de perder las
oportunidades por miedo a perderla a ella. El constante abatimiento por evitar
lo inevitable.
La cordillera y yo
ardiendo. Nuestros regalos. Rosario. Los chicos. Todo se enhebraba, juntos
reconstruíamos aquel pasado. Éramos nosotros, lo comprobamos todo el tiempo.
Nos devoramos en silencio, y lo disimulamos muy bien. Nos tentamos, pero
siempre con un gran manto de cordialidad. Qué espanto. Siempre igual. Ella
sigue intacta, es como el vino, como la guitarra, como las mejores cosas del
universo: el tiempo le sienta bien, muy bien. Incluso hoy me gusta más que
ayer.
Nos despedimos, como
quien sólo se va. No quería irme, es la verdad. Fueron un par de horas, pero
podrían haber sido años. Sin embargo, lo bueno dura poco si no se lo cuida.
Nunca me gustó pensar que todo tiempo pasado fue mejor, pero esta vez sí estoy
un poco de acuerdo con ello. Y cómo alguna vez deseé volverla a ver y así fue,
hoy espero más mañanas como ayer.
1 comentario:
yo casi sin palabras y vos prestándome las tuyas! gracias por tanta magia! tqm
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