domingo, 3 de abril de 2011

Insight

La había visto esa mañana, como casi todas las mañanas, durante años. Se cruzaron en los pasillos de aquel lugar como lo hacían siempre, pero esta vez había sido diferente: aquel día, él la había visto como nunca antes lo había hecho. Algo recorrió su cuerpo, desde su cabeza hasta la punta de sus pies, produciendo un efecto de estremecimiento que lo detuvo en su marcha, un poco confundido, un poco aturdido. Ella, en la cotidianeidad de los mecánicos días de la ciudad, lo saludó con un beso en la mejilla, le sonrió, y siguió su camino, sin modificar absolutamente nada de la rutinaria escena matutina a la que ya estaban acostumbrados. Sin embargo, si algunos dicen que “ojos que no ven, corazón que no siente”, aquella vez, sus ojos realmente la vieron, despertando un sentimiento inexistente hasta ese momento. Eso lo dejó ensimismado, porque involuntariamente, como preso de aquello que lo había invadido, no dejó de pensar en la muchacha, tan insignificante durante mucho tiempo, y ahora tan transcendental.

Ya nada, para él, volvería a ser como antes.