lunes, 14 de diciembre de 2009

Encuentro con mi Hada Madrina

El sol peinaba delicadamente al hermoso paisaje que bailaba, tranquilo, al ritmo de una brisa loca en aquel ocaso perezoso de septiembre. Yo estaba sentado en el mismo banco de plaza de todos mis cuentos, mirando como las ramas de los árboles de jacarandá se sacudían tímidamente, y sus flores, que parecían pintadas, goteaban pétalos celestes por todo el suelo. El silencio, mientras tanto, me recitaba poemas de Girondo al oído, y a esa altura, cuando ya había perdido la cuenta de la cantidad de cigarros que había fumado, sacaba el último, abollando el paquete vacío con un dejo de nostalgia como quien recuerda a un ser querido que ya no está; lo encendía, y me divertía observando al humo formar dibujos y figuras raras en el aire.
De repente, y así, de la nada, aparecieron dos hombres parados frente a mí. Eran muy extraños, altos, vestidos muy elegantes, de traje, con galera, bastón y zapatos de charol lustrados a pulmón. En sus rostros se dibujaban unos bigotes perfectos, recortados a ojo de cirujano; despedían un aroma rancio, como a naftalina; y eran tan parecidos que hubiera jurado que eran hermanos. Al principio, los quedé mirando sorprendido, como lo haría cualquiera en mi lugar. Eran rarísimos, excéntricos. Obligado a buscar una explicación ante semejante situación disparatada, pasaron por mi cabeza varias hipótesis, desde creer que eran un par de locos que se habían escapado del neuropsiquiátrico de la esquina, hasta converserme de la existencia de extraterrestres. Estuvieron un rato parados allí, quietos, inmóviles, mientras yo no dejaba de pitar ansioso ese último cigarro.
De golpe, cuando me acomodé como para irme, porque ya habían logrado ponerme muy incómodo, uno de ellos empezó a hablar en un idioma extraño, verborrágico, desequilibrado, fuera de sí. No pude contenerme y, sin poder evitar sentir miedo, salí corriendo, asustado. Moví mis piernas lo más rápido que pude, a toda velocidad y, cuando me volteé para ver si se habían marchado, los vi dirigirse hacia mí corriendo muy rápido, como si se tratara de atletas profesionales. Estaba desesperado, había entrado en pánico. No podía dejar de preguntarme “¿Qué quieren estos tipos?”, no entendía absolutamente nada de lo que estaba sucediendo.
Guiado solo por mis débiles instintos humanos y preso de la adrenalina que rebalsaba mis venas, con el corazón a punto de reventar en mi pecho, y con una ola de sudor que me empapaba la frente; me metí en una iglesia. Ese templo cristiano era enorme, y estaba totalmente deshabitado; se notaba a simple vista que durante años nadie entró allí. Me escondí bajo el altar, desesperado, en posición fetal, cerrando mis ojos. Los escuché entrar, recorrer el lugar con impaciencia, y después los oí marcharse, coléricos, a los gritos. Mi cuerpo no paraba de temblar.
Esperé un rato allí, y cuado logré tranquilizarme, me reincorporé de a poco. Mi agitación no había desaparecido completamente cuando miré mi mano derecha y observé que todavía tenía el cigarrillo, aquel que prendí en la plaza, entre mis dedos. Seguía encendido y, como uno de mis pasatiempos favoritos era deleitarme con las figuras que el humo dibujaba en el aire, me lo quedé mirando. Así, suavemente y de una manera muy delicada, el humo dibujó el contorno de un cuerpo. De a poco reparó en detalles y, cuando menos me lo esperé, apareció ante mí una mujer que me miraba y me sonreía. Su aspecto era amigable, transmitía paz, armonía y calma. Era de estatura mediana, portaba una cabellera rubia, y era la dueña de los ojos más hermosos que vi en mi vida, se podía observar en ellos la inmensidad del océano, podía sentir un suave viento de playa golpear mis mejillas en ese momento. Estaba vestida con ropa de india, con plumas de todos colores, aros grandes, collares, pulseras y demás accesorios metálicos.

-No tengas miedo…- me dijo con un tono de voz muy dulce.- No me conocés, pero te vengo acompañando en silencio desde miles de vidas anteriores.

Yo, para ese momento, ya dudaba de mis facultades mentales. Enseguida, como primera reacción frente al fenómeno, tiré el cigarro al piso y lo apagué con violencia, jurando no volver a fumar más ese tipo de porquerías. Sin embargo ella no desapareció. Muy educadamente extendió uno de sus brazos, me ayudo a levantarme, me llevó a uno de los góticos bancos de madera que decoraban la sala principal de esa pobre iglesia venida a menos, y se sentó a mi lado.
Me quedé en silencio durante un rato, mirando el piso, haciendo un repaso mental de todo lo que había sucedido. Ella tampoco hablaba, solo estaba ahí, mirándome, esperando que por fin me atreviera a pedir algún tipo de esclarecimiento.
Ya era de noche para ese entonces, el antiguo edificio de diseño barroco estaba prácticamente a oscuras y solo unos pequeños haces de luz, aparentemente de la luna brillando en el cielo allí afuera, entraban por las viejas y grandes ventanas de vitraux, dibujando los bordes de las cosas allí; que apenas nos permitían ver.

-¿Qué está pasando?- le pregunté después de casi media hora de mutismo, volteando mi mirada hacia ella, exigiéndole una explicación ante la sucesión de semejantes episodios absurdos.
-No es sencilla la cuestión…- respondió, mientras yo la miraba desafiante.- deja que te cuente la historia y comprenderás todo enseguida.

Yo no emití epíteto alguno, solo esperaba alguna palabra de su parte que me permitiera comprender que fue lo que sucedió.

-Las almas sensibles han muerto casi todas en el siglo XX – comenzó diciéndome enseguida- Una legión de hombres, compuesta por reyes exiliados de sus tierras y despojados de sus tronos, nacida durante la Revolución Francesa en algún rincón de Europa, se propuso eliminarlas como un modo de dominación humana, con el fin de mecanizar el mundo y hacer más fácil su retorno a una soberanía eterna. Así, durante el transito de la historia diseñaron diferentes estrategias y planes que llevaron a cabo con éxito, conocidos como los grandes sucesos e hitos históricos, donde en realidad, por detrás de diferentes cortinas ideológicas, estaba el plan de eliminar la almas sensibles. Prácticamente y de manera definitiva cumplieron sus objetivos, pero hay algo que no tuvieron en cuenta en su momento, y fue el hecho de que esos hombres de los que ellos nada querían saber iban a seguir naciendo. Entonces, su fin en este momento es ir tras esos nobles espíritus antes de que florezcan en su máximo esplendor. Sin embargo, estos nuevos legionarios no son tan prudentes como aquellos que dieron origen a este perverso movimiento, ya no les importa absolutamente nada, no tienen reparos ni planificación en su accionar, directamente van e invisten a su blanco de la manera más concreta posible. Eso es lo que te pasó a vos hoy.
-Pero… quién sos vos?- la cuestioné enseguida, confundido por todo el disparate que me narraba sin pelos en la lengua.
-Yo soy nada más ni nada menos que tu Hada Madrina.
- … mi Hada Madrina?
-Si…, y vos sos uno de esos espíritus que ellos buscan eliminar antes de que devengan en verdaderas almas sensibles.
-¿Y como saben que yo soy uno de esos hombres? ¿Cómo pueden comprobarlo?
-Las almas sensibles se sienten a kilómetros de distancia, son fácilmente perceptibles para aquellos que están entrenados en su búsqueda.

En ese momento me paré enojado, totalmente escéptico frente a lo que me decía.

-¿Cómo puede ser esto verdad? Demostrameló. Si es cierto todo esto que me decís, dame alguna prueba.- la desafié.
-¿No te alcanzó, acaso, con la persecución de esos dos locos hace un rato?- respondió irónica.

Yo la quedé mirando, esperando algo más. No me conformaban sus ridículas explicaciones, quería algo contundente, algo que me permitiera creerle. Fue así como, colmando su paciencia con mi incredulidad, se puso de pie, me tomó de la mano y me llevó con ella. Se dirigió hacia un pasillo que se escondía detrás de unas cortinas destruidas por el tiempo, tironeándome, obligándome a avanzar a paso rápido y ligero. Llegamos enseguida al pie de una escalera que se levantaba imponente y monumental, en forma de caracol. Subimos, subimos y subimos toda esa inmensa montaña de escalones, y llegamos así al sitio más alto de la iglesia, al campanario. Una vez allí, se asomó por la pequeña baranda de caño que hacia de contención y miró hacia abajo.

- … es alto, eh!- dijo observando la calle.
- … y?
- Vení, vení… mirá!- me llamó.

Y cuando me acerqué, me tomó de los hombros y me lanzó del otro lado de la baranda. Estábamos a una altura de aproximadamente 15 pisos, y yo sujetado de ese caño oxidado, colgando en el aire, sin sustento.

-¿Hasta cuando podrás soportar la culpa de saber que habiendo podido evitarlo, no hiciste nada? – me susurró al oído, y me soltó las manos.

Caí al vacío, así, desprotegido, sin trucos ni arneses. Sentía el aire pegando en mi cara, en mi cuerpo, como haciéndome las últimas caricias antes de morir. Veía el pavimento acercarse, cerraba los ojos, esperaba el choque, el impacto. Y sin poder entender absolutamente de que manera pasó, me desperté de golpe sobre el mismo banco de plaza de todos mis cuentos, desde donde jamás me había movido. Me había quedado dormido allí, mientras pitaba aquel cigarrillo nostalgioso. Sin embargo, y a pesar de que sin dudas se había tratado de un sueño, me quedó esa extraña sensación de que algo de todo eso que pasó, sucedió de verdad.
Me puse de pie, y entrada la noche a esas horas, partí rumbo a casa, a paso lento y despreocupado. No tenía abrigo y el clima se había vuelto más frío como consecuencia de la ausencia del sol. Metí, entonces, mis manos en los bolsillos y, creer o reventar, encontré una pluma roja allí, una de esas que llevaba la misteriosa mujer del sueño ¡Que astuta resultó ser! Me lo había demostrado. No tarde en salir corriendo hacia la iglesia.

(Dedicado a mi Hada Madrina. Todos tenemos una por ahí!)

jueves, 10 de diciembre de 2009

Fragmento de pensamiento florecido una mañana de estudio cohersivo...

...pétalos de rosa cayendo, dibujan tu cuerpo y el mío sobre un aroma de jazmines frescos que nos hace de colchón. Allí, nos fusionamos, nos olemos, nos respiramos el uno al otro, nos sentimos. Las balijas ya están hechas, descansado al costado de una puerta entreabierta y chismosa. Creímos que jamás nos volveríamos a ver, estábamos desesperados... Oh!!! Loco y juguetón resultó ser el destino!!!... y pensar que nunca sospechamos lo que nos tenía preparado...

jueves, 3 de diciembre de 2009

La victoria del as de basto

Si el mundo fuera un poco más
y esta noche fuera eterna,
abriría todas las flores
para que sintieras su olor.
Pero si el amor va un poco más allá
y descubrimos que las estrellas son falsas,
que se apagan con el apagón que ofrece la ciudad
en rebelión de los que cobran más,
sería una desilusión para los dos.
¿Qué pasaría si el sol se casara con la luna?
Un eclipse eterno nos dormiría.
Un pez volador huiría con su mariposa en libertad,
y el AS de basto vencería al de espada
ganando un vale cuatro hacia la eternidad.
Si nuestras sombras revelaran toda nuestra intimidad,
y se marcharan juntas hacia otro lugar,
y el Amazonas se talara entero
convirtiéndose en un desierto agonizante,
gritaría “Oíd, mortales…” a la población mundial,
dejándola sorda, para que entienda
que lo que dice el rey no es más que:
“mis estrellas y mis guerras ganadas me hacen grande
y, en esta selva, el león soy.”
Si el Perito Moreno se cansara
y se mudara a Hawai,
o las Islas Malvinas fueran un Rolling Stone,
Madona sólo sería Cleopatra en camisón,
sin oro, sin mansión.
Bajo un árbol genealógico
me di cuenta que todo cambió,
que estoy en la nueva era,
en la de la comunicación
en la de la globalización,
que el mundo no es un mundo,
es un mercado de mercados,
donde todos somos productos,
y lo peor de todo,
es que estamos en la góndola de la ofertas.

(Canción escrita para la banda en la que mi hermana tocaba el bajo, en su temprana juventud)