martes, 30 de junio de 2009

UNA RUBIA MUY FRESCA (remake)

Había salido tarde de trabajar aquel viernes caluroso y de mucha humedad. El sol ya casi estaba ausente y la noche empezaba a reinar. El paisaje urbano que decoraba aquel momento no era muy distinto al de otros días, gente apurada, yendo y viniendo; autos, colectivos, taxis, motos, invadiendo las calles; bocinas, ruidos y gritos de personas impacientes; bebés llorando en manos de madres desesperadas, señoras coquetas observando vidrieras de negocios que ya cerraban sus puertas, carteles luminosos que se empezaban a lucir después de un día donde pasaron desapercibidos; en fin, era un anochecer más en la gran ciudad, donde todos siempre tienen algo más importante que hacer, y como de costumbre, están llegando tarde.
Yo estaba relajado, si bien no solía conservar la calma a esas horas después de una larga semana laboral. Decidí, entonces, salir a caminar un rato por ahí en vez de volver rápido a casa, donde seguramente me daría un baño, cenaría algo poco elaborado y caería como un tronco a dormir.
El calor se hizo indisimulable después de un par de cuadras caminadas y algunas reflexiones de cigarrillo inconclusas. Las gotas de sudor mojaban mi camisa y mi boca pedía a gritos que le quite esa seca sed que desde el principio cargaba encima. Algo tenía que hacer. Necesitaba un lugar donde refugiarme un rato y recuperarme antes de volver a casa. Entonces, como una especie de paraíso, se me aparecieron las grandes puertas de aquel bar en la vereda de enfrente. Jamás lo había visto, ni siquiera me había percatado de su existencia a pesar de frecuentar bastante esa cuadra, pasando todos los días obligatoriamente por allí de camino al trabajo.
Crucé la calle decidido, sin dudar, y entré en aquel oscuro sitio donde se veía bastante movimiento desde afuera. Atravesé rápidamente sus puertas y me quedé parado allí, en la entrada. Realicé una visión panorámica observando más o menos el lugar. Sus mesas estaban acomodadas de una manera bastante irregular, algunos de los que estaban allí bebían tragos, líquidos de diversos colores en vasos largos, otros tomaban cerveza, unos pocos se mostraban con whisky, y se paseaban todos por el pequeño salón derrochando simpatía por demás. Había personas que había salido de trabajar al igual que yo, otros que parecían frecuentar el lugar, y algunos sujetos algo raros, como disfrazados, muy ridículos, con cara de bandidos.
Inevitablemente, brillando desde el fondo y siendo imposible no verla, una luz muy potente me encandiló. Al principio creí que se trataba de una aparición, de algún fenómeno paranormal, pero no. Era la rubia más hermosa que había visto en mi vida. Estaba sola allí, apoyada sobre la barra, como esperando que alguien se le acerque. Todos le pasaban por al lado, algunos la miraban, pero ella se hacía la desentendida. Por más que después me lo negó, sé que notó mi presencia cuando entré. No dejó de mirarme ni un momento.
A paso lento y tranquilo avancé hasta el fondo y me paré a su lado. Ella miraba para otro lado, ignorándome. La hablé al oído, le pregunté si estaba sola y no me dirigió la palabra. Encendí un cigarrillo y mientras fumaba la miraba de reojo. La rubia seguía inmóvil, quieta. Ahí fue cuando, haciéndome el tonto, le pregunté al muchacho que estaba detrás de la barra si sabía algo de ella y éste me dijo que hacía bastante tiempo que posaba allí, que aparentemente estaba sola. Entonces, rápidamente, como si fuera un acto reflejo, la agarré y la llevé a una mesa en el rincón más oscuro, donde pudiéramos estar tranquilos y nadie nos moleste.
Ella seguía sin decir nada, solo me miraba. Al comienzo creí que no había onda, aparentaba ser un corte de rostro terrible, pero después me di cuenta de que se trataba de una rubia tímida. Se quedó conmigo ahí, frente a mí. Charlamos un largo rato, le conté algunas pavadas e inventé algunas anécdotas graciosas que adornaron mi coqueteo. Ella solo sonreía mientras yo llenaba silencios con palabras sin importarme mucho que era lo que decía. La noté enseguida un poco nerviosa. Había comenzado a transpirar demasiado mojando toda la mesa. Me estaba esperando, no decía nada, y yo sin darme cuenta seguía hablando hasta que me animé y le dí ese tan esperado beso. Fue delicioso, quería que no termine jamás. Era como si su alma acariciara la mía, llenándome de ganas de vivir. Todavía lo recuerdo como si hubiera sido hace un momento. Fue mágico.
Luego del beso, mientras nos mirábamos, contemplándonos en silencio, ella comenzó a sentirse mal. Fue así como perdió el equilibrio de repente, cayó sobre la mesa y luego al suelo. Espuma blanca empezó a salir de su boca. Todos me miraban y yo no sabía que hacer, solo la observaba, la vergüenza me había paralizado. Enseguida, cuando reaccioné, la levanté y la apoyé sobre una silla, mientras hacía señas al muchacho de la barra, levantando la mano y gritando: “Mozo, otra cerveza, por favor…!”